MENSAJE
"No es el primer desacierto"
- Hermano Pablo
- Costa Mesa, California
Levantó la pistola,
cerró un ojo y apuntó. Pensó que no podría
fallar. Y Nancy Haynes, de 42 años de edad, apretó el gatillo.
La bala, pensó ella, traspasaría el corazón de su
infiel marido, Robert Haynes, de 55 años, y terminaría el
dolor que él le estaba causando. Pero ya fueran los nervios, o la
emoción del momento, o esa fatalidad insensible que no discrimina,
la bala, en lugar de dar en el corazón del marido, dio en la cabeza
de su hijita Robin.
Casi paralizada, con el brazo caído y sostenido todavía
el arma, se escuchó en el suspiro de la mujer: "No es el primer
desacierto de mi vida".
Era una familia rica que vivía en un barrio elegante. Pero a pesar
de su dinero, sus logros intelectuales y su posición social, no llevaban
una vida feliz. Nancy había usado drogas desde sus días de
colegio. El esposo vivía con el vaso de licor al alcance de la mano.
Las discusiones y reyertas eran continuas. El odio había desplazado
al amor. De ahí el incidente que terminó en la muerte de la
hijita Robin.
La declaración de la mujer: "No es el primer desacierto de
mi vida", revela toda una serie de desaciertos. Uno era la vida de
libertinaje que desde sus días de universidad Nancy se había
permitido. Otro era el uso de drogas que también la tenía
aprisionada.
También estaba el desacierto de la inmoralidad sexual y el matrimonio
forzado. Y todo esto era el resultado de haber echado por la borda lo más
importante de la vida: el temor de Dios. Tenía razón la mujer.
La muerte de su hijita no fue su primera desacierto. Fue el último
en una larga serie de serios errores que estropearon su vida y terminaron
destruyendo su hogar.
No obstante -y es triste tener que reconocerlo-, estos desaciertos los
cometen infinidad de personas. Y triste también es el hecho de que
los seres humanos no queremos reconocer que los desatinos de la vida vienen
porque hemos abandonado todo temor de Dios. Cuando no tenemos temor de Dios,
cuando no respetamos sus leyes morales, cuando no se lo tenemos en cuenta
en los asuntos de nuestra vida, los fracasos y los desaciertos tienen que
seguir como consecuencia ineludible.
¿Por qué no regresamos a Dios? Abramos los ojos y aprendamos
de nuestros fracasos. Cuando no tenemos a Dios, toda la vida es un gran
desacierto. En cambio, cuando El es nuestro Señor, la vida es toda
una gran victoria.
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