Con frecuencia, el Hospital Santo Tomás y otras entidades de beneficencia pública dan a conocer a través de los medios de comunicación social, la inhumana y criminal práctica de personas que abandonan a sus familiares en esas instalaciones médicas del estado, lo que da una idea del grado de insensibilidad que corroe al individuo en estos tiempos tan difíciles.
En la mayoría de los casos son enfermos en etapa terminal, cuya atención requiere dedicación y desvelo de parte de quienes, alguna vez, a lo mejor hasta llegaron a apoyarse en las energías del que ahora, al final de sus días, yace postrado en una cama, esperando una ayuda o por lo menos una voz de aliento que posiblemente no escuchará antes de cerrar los ojos.
Este tipo de actuaciones ameritan ser penadas y los servicios y medicamentos consumidos por el enfermo cobrados a los parientes para que sirva de escarmiento.
Hay que ser ruin, para llevar a un anciano a un centro de atención médica, aportar información falsa, dejarlo ahí tirado como si fuera un objeto inservible y después desaparecer para no volver a saber de él.
Esta práctica anticristiana es consecuencia del materialismo ciego y el poco amor al prójimo que caracteriza al mundo actual en su ausencia de valores.
Por más reprochable que haya sido la conducta de una persona, esta no merece un castigo así al final de su vida.
En algunos casos muy especiales, la pobreza y la falta de recursos para tratar con el enfermo hace que este sea remitido al hospital, pero de allí a dejarlo tirado sin siquiera prodigarle una muestra de apoyo, hay mucho trecho.
Quienes actúan así, deben acordarse del adagio que reza: "hoy por ti y mañana por mí".
