Una caravana de taxis se acercaba por la carretera. La despedida del compañero Z-15 era un acto al que no se podía faltar.
La capilla del campo santo Colinas de la Paz, en el distrito de Arraiján, estaba llena. Eran muchos los que querían brindar sus respetos al amigo que se adelantó en el viaje al más allá.
El cuerpo de Eliécer Santamaría yacía en el féretro como si estuviera dormido. Arriba del mismo lo acompañaba su inseparable amiga, su arma de trabajo: la cámara fotográfica por la que ni en los últimos momentos de su vida dejó de preocuparse.
Sus colegas fotógrafos, entre los que se encontraba Alexander, su hermano, le hacían guardia de honor.
Era inevitable no emocionarse. Las lágrimas lavaban las caras de varios de los presentes reflejando el dolor que la tragedia les causó.
El cura Jaime Patiño, quien presidió la ceremonia, fue directo al grano: "Es lastimoso que se sigan cegando vidas de personas productivas por la incontrolable ola de inseguridad que afecta al país".
La misma inseguridad que ha cobrado la vida de unas 115 personas en lo que va del año.
De los asesinos de Eliécer poco se sabe, pero lo que sí es conocido es el vacío que ha dejado entre los que lo conocían.
EL INESPERADO ADIOS
El momento de la partida se acercaba, y el cielo-al principio radiante-fue tornándose oscuro.
Allá en el cementerio, en lo que es desde ayer la última morada del Z-15, flores multicolores son símbolos del amor y el cariño que muchos le profesaban.
Como telón de cierre, la naturaleza le regaló un torrencial aguacero a Eliécer, para muchos augurio de bendiciones para un hombre que en su vida se dedicó a denunciar a través de su trabajo fotográfico, la inseguridad que la sociedad vive y de la que paradójicamente también terminó siendo una víctima más.
"Los hombres sólo mueren cuando se les olvida", dice un dicho. Es seguro que por mucho tiempo el Z-15 vivirá.