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Un Evangelio

Aura Alvarado | Profesora

Eduardo Castillo, el eximio poeta colombiano, en métrica tiene sus delicadezas y elegancias, en que sabe hacerse como un elegante versificador, con un acento rítmico expresivo. Según el lenguaje divino que usa, pareciera que se escuchara la voz de los ángeles.

Veamos pues su contenido. El poeta nos dice: Un escuálido mendigo que fatigosamente sostenía un cántaro colmado, ante el humilde y sencillo hogar detuvo el paso y a la viuda dijo: Si hay un corazón misericordioso en ti, ayúdame a llevar hasta el vecino pueblo esta carga fatigosa y dura. La viuda compasiva tomó el viejo cántaro de arcilla y, sin pensar en el hijo que abandonaba en la cuna, el huso vibrador, echó andar con el anciano por el camino.

Pedro, el discípulo del Maestro, encolerizado le dijo al Señor: ésta mujer hizo mal en dejar a la intemperie al hijo, a merced de la suerte, por un mendigo. Jesús le respondió con suma dulzura: En verdad te digo que el pobre que no niega su socorro al que lo ha de menester será bendito.

Con bondad inefable, el Maestro divino se sentó en el umbral de la cabaña; hizo girar el hueso (telar) cantarino entre sus manos y meció la cuna rosada del niño. Luego, de pie, se alejó sonriente y pensativo. La viuda a su regreso quedó sorprendida ante lo que sus ojos veían: un copo de algodón helado y al niño dulcemente dormido.

�Qué conmovedor cuadro!

Papá, mamá y familia: El niño es demasiado pequeño para conocer su obligación. Por eso tiene el deber de obedecer a sus padres, familiares y maestro. Cuando salga de la infancia y llegue a la juventud o a la adolescencia, podrá seguir su voluntad. No será más feliz, porque, haciendo su capricho, tendrá a menudo serios disgustos. El niño debe por ahora obedecer por deber y aprender a mandar cuando sea hombre. He aquí el consejo de los mayores.

"Nosotros, pues, sólo decimos que si existe algún hombre que al leer y meditar las palabras tan dulces, tan inefables, tan divinamente divinas como las de Jesucristo, no siente que, eternecido su corazón, se mueve por amor y admiración a adorar al Dios de la naturaleza, en el Dios del Evangelio, sí ese hombre existe, repetimos, es un hombre... verdaderamente degraciado". Cit. A. A. Guijarro (español).



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