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Cosas de nuestros adultos

Yadira Roquebert | Periodista

Este verano está enamorando a mi papá. El rey Sol, que en esta época despierta más temprano, se hace acompañar de una brisa que acaricia el cuerpo y lleva hasta nuestro sentido del olfato, olores típicos de la época, como el que se siente cuando se realizan quemas de herbazales o de monte como dicen nuestros campesinos. La naturaleza se torna tan maravillosa que con solo ver a mi padre, hoy adulto mayor, disfrutar de ella, me transporta a mi niñez cuando, acompañados de mi madre, disfrutábamos por tres meses las vacaciones en Montijo.

Todas los días me comunico, vía telefónica, con mi padre, es una llamada que él siempre espera, mínimo hablamos dos veces, pero hace unos días me conversaba desde Arraiján, que es donde tiene su residencia, que ya sólo no descansa en la hamaca que tiene colocada en la terraza de su casa, ahora disfruta más el verano, sentado debajo del palo de marañón curazao que tiene en el patio, contiguo a la siembra de caña. En principio me preocupó, pues su dolencia en la rodilla, en una de esas ocasiones en que se traslada hasta el patio pudiera hacer que pierda el equilibrio hasta caerse, o quizás el lugar donde se sienta no sea el mejor.

Esta situación pasa en múltiples familias que viven con un adulto mayor o lo tiene a su cargo. En ocasiones pensamos por ellos, y todo a nuestra conveniencia, hasta adaptarlos a nuestra realidad, sin pensar que en verdad nuestros adultos mayores sienten y piensan diferente a nosotros, y que disfrutan lo que para nosotros es natural e insignificante. Otro ejemplo podría ser Doña Frede, que todas las semanas va al médico. Dice su hija que sus dolencias empiezan en la cabeza, le recorren todo el cuerpo y cuando termina en el juanete, vuelve y regresa a la cabeza. Pero ella se siente bien consultándose periódicamente. O cuando cruza sola la Calle 50 para ir a visitar a su amiga de la iglesia. Esto, ella lo disfruta y la hace sentirse bien.

Es como cuando uno tiene una mascota en casa; ese animalito se desenvuelve en una tierra de gigantes, que lo llevan para aquí, lo mueven para allá, lo cargan así, en fin, pero estoy segura que estaría mejor si se desenvuelve en su propio ambiente, haciendo lo que ellos quieren con seres de su especie, como en el caso de Lola, una cobaya proveniente de Sur América que trajeron a nuestro país y que no encontró compañía, ni siquiera se encontraba un veterinario que supiera atenderla, pero era la novedad.

Así pasa con nuestros viejitos. Dejémoslos que hagan lo que ellos realmente disfrutan. No pensemos por ellos, pero eso sí acompañémoslos, que sientan que cuentan con nuestro respaldo permanente. El cambio de actitud que logremos en cuanto a este tema nos va a llevar a ofrecerles calidad de vida a esta población, y que los años que Dios les permita vivir lo disfruten a plenitud. Como miembros de una sociedad, espero que nos lleve a cambiar de actitud frente a la realidad de cuidar de nuestros adultos, que lo hagamos con placer y no por obligación, quizás un día logremos actuar como los japoneses, cuya cultura los lleva a sentirse honrados y bendecidos por contar en su familia con un adulto mayor.




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