Nadie entiende mejor cuánto duele la pérdida intempestiva de un ser querido que los que han pasado por ese trago amargo.
Desde hace muchos años, don Pablo Rojas Ibarra salía muy temprano de su casa con su inseparable compañero: su taxi con placa 172510. El vehículo era su herramienta de trabajo con la que cubría largas jornadas diarias que iban muchas veces desde las 10:00 de la mañana hasta las 5:00 de la tarde, y tras un descanso en casa retornaba hasta horas de la madrugada.
Y es que Pablo, de 50 años, padre de cuatro hijos y abuelo de dos nietos, tenía un sueño: juntar dinero para construir en su Penonomé natal, una casa que le sirviera para sus años de retiro.
Pero lamentablemente ese sueño nunca se podrá cumplir porque un grupo de delincuentes lo truncaron la noche del domingo cuando retornaba a su hogar en Altos del Lirio 1, en el corregimiento de Alcalde Díaz.
Desconocidos le infringieron dos balazos de escopeta en la espalda cuando acababa de dejar a una pasajera.
Su esposa Celestina, en medio del dolor, no comprende quién pudo hacerle daño a ese hombre trabajador, que era respetado y admirado por muchos, por lo que sospecha que el crimen pudo deberse a una equivocación.
A los hijos mayores de la víctima, Juan Pablo y Jorge, les tocó la triste tarea de llevar a su padre en un auto particular hasta la Policlínica Generoso Guardia, en Santa Librada, donde a los pocos minutos falleció.
GRITO DESESPERADO
La muerte de Rojas fue la gota que derramó el vaso para sus compañeros de la piquera de taxis "El Poderoso", en el distrito de San Miguelito, a la que perteneció por más de 15 años. Cerraron la vía por varios minutos exigiendo a las autoridades un verdadero plan de vigilancia.
Dorman Franco, presidente de la piquera, informó que en las últimas semanas han asaltado a cinco vehículos, misma suerte que han corrido también varios busitos coaster, y ni hablar de los particulares.
ESPERANZA EN DIOS
En el sitio donde fue asesinado el taxista es notoria la falta de luminarias y, según los residentes, rara vez se ve una ronda policial, mientras sujetos con armas al hombro se pasean de forma campante.
Y mientras la familia de Don Pablo trata de asimilar su repentina partida, su compañero de muchas batallas, su taxi, permanece en la subestación policial de Nueva Libia, como mudo testigo de un crimen que destruyó a toda una familia.