La desaparición del periodista Franco Rojas nos llena de pena y dolor porque convivimos con él, sobre todo como corresponsal extranjero, a quien vivimos siempre apegados a un profesionalismo ejemplar, que le dio la oportunidad de cubrir en otros países esta vocación que nació con él.
Franco Rojas nació en Chile hace 52 años, llegó a nuestras tierras como muchos extranjeros llegan, se enamoran de nuestra patria, se hizo uno más, estudió en la Universidad de Panamá para obtener su licenciatura en Comunicación Social.
Como todo emigrante auténtico en una nación, se hizo de una familia, se convierte en un doble panameño, porque escoger una segunda patria significa que su nacionalidad es por convicción y eso tiene mucho valor.
Cuando se le detectó su penosa y larga enfermedad, él converso con nosotros, y nos sumarnos a todos los que con oración y ayuda se pueda dar. Nos hizo reflexionar lo que siempre pensamos, nuestra democracia nació con poca estimación, a quienes libran y dan su vida por la libertad de expresión.
En esa conversación conocí a un hombre de gran temple, tranquilo, con gran dedicación a la lucha por la vida, cosa que demostró en los años que esta enfermedad lo acompañó. Porque más que morir, lo más duro es saber que nos separamos de los hijos, esposas, hermanos, en fin, de la familia y los amigos.
El se destacó en otras ramas de esta profesión, siendo editor de cierre, de uno de los medios de comunicación más influyentes del país y otras actividades siempre vinculadas a su vocación, él fue la definición moderna de un periodista.
En una oportunidad me contó su período en El Salvador, nación pequeña centroamericana, donde se liberó una de las guerras más sanguinarias del continente americano, en forma pausada y detallada me describió los hechos, que, prácticamente, nos trasladó en el tiempo y el lugar de los mismos.
Todas las muertes duelen, pero no negamos que duelen mucho, cuando hombres como Franco Rojas mueren en momentos de madurez, cuando nos tenían que dar lo mejor de su persona y de su profesionalismo, por esa vocación que tanto amó.
