MENSAJE
"Que no sean amargas"
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
"Culpable" declaró
el vocero del jurado. "Culpable" asentó el juez en su libreta.
"Culpable" registraron inmediatamente los reporteros. "Culpable"
musitó con desmayo la madre del sentenciado.
El acusado James Edward Smith, de Houston Texas, reconoció su
culpa y dijo: "No apelaré la sentencia". Estaba condenado
a muerte. Al salir de la sala del jurado le dijo a su madre: "Debo
pagar mi delito. No llores mamá. No dejes que las últimas
palabras que te dirija sean amargas".
Este hombre había matado a otro para robarle su dinero y ese asesinato
era el crimen por el cual había sido sentenciado a muerte. La antigua
sentencia bíblica dice: "Si alguien derrama la sangre de un
ser humano otro ser humano derramará la suya" (Génesis
9:6). Y los códigos de casi todos los pueblos del mundo aplican,
algunos aún sin conocer su fuente, esta sentencia bíblica.
En la cárcel y mientras esperaba el cúmplase de la sentencia,
James Edward Smith reconoció su delito. Examinó profundamente
su conciencia y en una profunda experiencia muy personal se reconcilió
con Dios. Cuando le dijo a su madre: "No permitas que mis últimas
palabras sean amargas", estaba expresando el más profundo sentimiento
de su corazón. Ya no quería usar más el lenguaje de
ira de blasfemia, de deshonra. Quería morir con una oración
en los labios.
La experiencia lo ha comprobado ya hasta el cansancio, que sólo
mediante un profundo y sincero arrepentimiento puede un criminal hallar
reconciliación. Por cierto, la paz que trae la reconciliación
con Dios continúa aún hasta el día en que lo llevan
a la silla eléctrica o a la cámara de gases, o de alguna otra
manera lo ejecutan. Sólo Cristo puede dar verdadera y genuina paz
al que tiene enormes deudas que saldar con la sociedad y con Dios.
Para hallar esa reconciliación y esa paz no es necesario llegar
al punto dramático y crítico de afrontar una sentencia de
muerte. Ahora mismo, cuando estamos rodeados de tranquilidad y nada nos
perturba, podemos dar ese inmenso paso moral y hallar la vida que supera
a toda vida: la vida eterna. En este mismo momento, mediante la decisión
de arrepentirnos y creer, podemos hallar perfecta paz. Dios desea darnos
esa paz.
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