El ser humano necesita creer en algo. Es por esto que cada cultura, desde las más antiguas, han tenido una religión, en las cuales ponen sus vidas a disposición de una o más deidades.
Entonces, podemos concluir que creer ciegamente en ocasiones, no es nada extraño. Pero cuando sencillamente nos comemos el cuento sobre todo lo que llega a nuestras manos, entonces algo anda mal con nosotros.
Algunos ejemplos. Los medios de comunicación, como este y todos los demás, viven de su credibilidad. Mantener esa credibilidad es importante. Pero no siempre lo que sale en los medios es cierto. Algo que los periodistas están obligados a aprender es que no pueden aceptar como verdadero lo que leen o les cuentan, sino que siempre tienen que buscar la versión de la parte contraria.
En otro caso, están los que se creen todos los anuncios publicitarios. Si sale un comercial sobre un producto maravilloso que nos hará ver más jóvenes, o nos conseguirá pareja, o nos traerá suerte, se lo tragan entero, y se gastan fuertes sumas de dinero ello.
Hay mucha publicidad engañosa, dirigida especialmente para la gente crédula, desesperada, o ambas.
De hecho, los crédulos son los que llenan los bolsillos de los charlatanes.
Y cuando hablamos de charlatanes, nos referimos a la gran cantidad de vivos que nos venden productos con propiedades sobrenaturales, o que se autoproclaman como sanadores mágicos.
En esta vida hay que dudar de todo lo que uno lee, mira y oye. Dudar es saludable, hasta cierto punto, porque tampoco podemos ser escépticos ante todo. Un balance entre la credulidad y un prudente escepticismo siempre debe conducir nuestras decisiones.