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Mujeres

Milcíades Ortíz | Catedrático

A penas escuchaba el canto de las cigarras sabía que venía la Semana Santa. Entonces, pensaba que por unos días estaría cumpliendo los deseos de las tres mujeres más importantes en mi vida de niño.

Ellas eran mi abuela, mi madre Italia y mi tía Elida.

Confieso que ni a mi hermano Orlando ni a mí eso nos gustaba.

A lo mejor era porque no entendíamos la razón de esas exigencias, o por lo pesada y aburridas que eran algunas...

Abuelita tenía la costumbre de ir a ver películas religiosas en los días Santos. Recuerdo que siendo niño la acompañaba a tomar un autobús para ir al cine.

A veces era la única vez que la anciana dejaba la casa familiar en la Calle Primera Parque Lefevre.

Disfrutaba la abuela de la interpretación de la Biblia al estilo Hollywood, lleno de románticos héroes y hermosas damas.

Pero como en aquella época los nietos respetaban a sus abuelos, nunca protesté por esta obligación. Ya más grandecito, la llevaba en el auto de la casa hasta el cine... �a soportar los dramones religiosos!

Mi tía Elida tenía otra manía de Semana Santa. Había que acompañarla a visitar siete iglesias en el caso viejo de la ciudad.

Luego de la segunda el aburrimiento era tremendo. Nadie me podía explicar qué diferencia había entre uno y los otros templos.

Añada a esto que las imágenes estaban tapadas, lo que disminuía la curiosidad de estos niños.

Molestos llegábamos a la última iglesia, y la frase "pero si es igual a las otras" no servía.

Lo de mi madre era asistir a una procesión. Agarraba fuertemente a sus dos hijos y nos hacía caminar �en silencio! toda la marcha.

Recuerdo que molestaba no poder cuchichear lo que veíamos en la procesión, así como poner cara de serio ante el solemne acto.

Como niños que éramos buscábamos algo para soportar estas "penitencias" que nos imponían esas tres mujeres.

Recorriendo las iglesias nos divertíamos haciéndoles "ojitos" a alguna chica guapa, cosa que no era fácil. La mayoría estaba muy seria y no quería ningún relajo.

Al menos en las películas podíamos pasarla mejor con las luchas entre los cristianos y los demás.

Pero donde más inventamos "maldades" era en las procesiones. A veces con alfileres tratamos de unir las faldas de las niñas que iban adelante.

Otras veces les pisábamos las faldas largas que llevaban. Lo peor que hicimos fue llenar de harina cáscaras de huevos y lanzarlas atrás, para que explotaran en las cabezas de los caminantes.



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