He visto gigantescas marchas y escuchado vibrantísimos conciertos. En Europa, los de España y en América, los de Colombia. En ambos casos estas manifestaciones constituyen reproches a crímenes terroristas, muy efectistas, pero poco efectivas. A esta clase de subversivos, les importa una pepita de marañón, que todos los días haya conciertos y que cada semana millones marchen contra ellos. Ningún desfile ni canción es tomado en cuenta por los jefes de esta clase de malhechores, como para rendirse o entregar a un solo confinado.
Me pongo a pensar que si el medio de millón de personas que caminó con ropa blanca, diciendo no más FARC, junto a los cien mil que bailaron en el concierto de paz sin fronteras, tomasen todos a la vez: Coas, picos y palos y comenzasen a hurgar como unos trastornados, llanos y montañas, buscando a sus hermanos secuestrados sin descanso, lograrían mucho más que marchando y bailando en avenidas y fronteras. Los colombianos deben saber que sus hermanos en cautiverio son alimento de artrópodos selváticos y muchos de ellos son a estas alturas, reservorios de enfermedades tropicales con el mismo valor veterinario que cualquier animal del monte.
�Qué pecado cometieron los secuestrados para que Colombia entera no proceda a buscarlos? Debajo del mar, bajo las piedras, en barrios, ciudades, ríos y quebradas.
�Ya basta! De conciertos históricos, de voces de paz, de enseñanzas y reflexiones, mientras los secuestrados se pudren en manos de unos tipos tan vagos y sin metas.
Si no conociera tanto colombiano bueno, honrado y trabajador. Si no recordara el flotante rumor del río Guatapuri en Valledupar. Si no hubiese caminado por los tristes senderos de Aracataca, no estuviese tan sentido con los colombianos de hoy, que saben que pueden liberar a sus hermanos y no lo hacen.