Séptimo domingo de Pascua - Mateo 18, 16-20
En este domingo, día en que la Iglesia católica celebra la fiesta de la Ascensión del Señor, la liturgia sintetiza todo el ministerio profetice de Jesús en la tierra. Ahora, �l ha de ir a sentarse a la diestra del Padre para enviar el Espíritu de paz, amor y v ida. Dios se anonado para salvar al hombre de la muerte y del pecado. Por eso. ha llegado el momento de exaltarlo., de culminar la victoria de Cristo sobre el mal. El Padre nuevamente lo lleva a compartir mi gloria. Sólo cuando �l ascienda vendrá el Paráclito de Dios; es decir, los apóstoles recibirán el bautismo del fuego que impulsa a anunciar la Buena Nueva.
Vayan y hagan discípulos a todos.
Esta es la misión que Jesús les encarga a los Doce. No es fácil asumir semejante compromiso. Los discípulos apenas están empezando a despertar del sueño que los tenía cegados; lo adoran, pero dudan, porque no comprenden el mensaje de salvación anunciado y vivido por el Maestro.
Sin embargo, nunca los abandonará, siempre estará con ellos, les dará la fuerza \ pondrá en sus corazones el entusiasmo para no desfallecer ante las dificultades que se les presenten. El Espíritu los acompañará para que de sus labios salgan palabras de amor y sabiduría.
Bautizar significa sumergir. Es esto lo que ha de hacer todo bautizado, sumergirse en el misterio pascual y pedirle al Espíritu de Dios que penetre con fuego mi vida para que tenga la valentía y las motivaciones necesarias para ir hasta los confines del mundo anunciando que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida: sin �l nada podemos hacer, con Cristo lodo lo podemos.
El Señor nos acompaña siempre, más aún. cuando leñemos el valor de entregar la vida por �l y su Evangelio de vida. Todos somos discípulos, puesto que hemos recibido el Espíritu Santo, por tanto, no nos dé miedo pregonar con ahínco que el Dios del amor nos devolvió la vida en su Hijo Jesucristo, resucitándolo y sentándolo a su diestra.