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�La mano de Dios, o la del hombre?

Hermano Pablo | Reverendo

Se crió en la pobreza, pero eso no impidió que comenzara a jugar fútbol a los nueve años en un equipo infantil. Cumplidos apenas diez años, el diario Clarín ya lo había descubierto, describiéndolo como �un pibe con porte y clase de crack�.

En el mundial de fútbol México 1986, Maradona no sólo figuró sino que sobresalió como capitán de su conjunto albiceleste, que se coronó campeón. Los cinco goles que marcó, fruto de su genial manejo de la pelota, lo consagraron como el Mejor Jugador del Torneo. Dos de sus goles más famosos se los anotó a Inglaterra en el legendario Estadio Azteca en los cuartos de final. El primero de ellos pasó a la historia como �la mano de Dios�, debido a que Maradona mismo lo atribuyó a la intervención divina. Las repeticiones en video demostraron lo que el árbrito evidentemente no había podido ver: que el gol había sido obra de la mano de Maradona y no de la de Dios.

El segundo gol lo marcó el astro argentino sólo tres minutos después de que se le acreditara el primero. Tomó el balón cerca del centro del campo, giró como un trompo y, en un fabuloso recorrido del campo contrario, comenzó a burlar a defensas ingleses a diestra y a siniestra, a cinco en total, hasta que llegó al arquero, al que engañó en última instancia.

Lo curioso del caso es que el primero de esos dos goles tiene tanta fama como el segundo, sólo que la fama del primero no es buena sino mala. �A todos los argentinos quiero darles una primicia -dijo Maradona 19 años después del incidente de aquel primer gol-: yo quise hacer el gol con la mano a los ingleses.... Todos sabemos que había un recuerdo muy fresco.� Con eso se refería a la guerra de las Malvinas que Argentina había perdido contra Inglaterra cuatro años antes de ese Campeonato Mundial.

�A qué viene todo esto? A que más vale tarde que nunca que reconozcamos nuestras faltas en el campo de juego de la vida, pero que más vale aún que, antes de cada partido, le pidamos a Dios que nos quite el deseo de cometerlas. Pues lo único que conseguimos con desquitarnos de nuestros enemigos es una mal ganada victoria pasajera que, a la hora de la verdad, realmente no satisface, y que impedirá que algún día lleguemos a tocar el cielo con las manos... o con los pies.




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