Las telenovelas producidas en Colombia poseen un alto nivel de realismo. Quien ve un capítulo no puede dejar de volver a sus horarios al día siguiente. Propuestas televisivas como El Cartel de los Sapos, Doña Bárbara y El Rostro de Analía han logrado captar adeptos y fanáticos.
Lo más destacado de estos programas es que rompen con lo tradicional. No es tan importante el rostro bonito, sino la actuación y la capacidad expresiva. Los productores y directores colombianos han desarrollado la habilidad de ofrecer figuras creíbles y de importar el talento de actores de México y Venezuela.
Sus escenarios son naturales, los guiones televisivos permiten acceder a la idiosincrasia de los hermanos colombianos, cuyos dichos y frases calan en la población local.
La realidad es manipulada por el dinero fácil y la violencia. Algunos de sus personajes evidencian decadencia y pierden su dignidad. Muchos terminan siendo víctimas de individuos sin escrúpulos que encuentran protección por parte de las autoridades, como es el caso de los políticos corruptos. Cada capítulo es una muestra de los niveles de degradación a los que puede caer el ser humano.
Otro de los ángulos de la tragedia colombiana que se ha mostrado es el conflicto de los secuestrados por la guerrilla. La dureza de una vida en cautiverio ha sido verdaderamente impactante.
En México, por ejemplo, los intelectuales denuncian la brutalidad de los criminales, pero en Colombia lo hacen las telenovelas. La crueldad de las mafias y del Estado avasallan a la población. Se necesita valor para levantar la voz en su contra, pero gracias a ellas, el mundo conoce hasta dónde pueden llegar los grupos marginales.
Las novelas forman parte de la tradición de la televisión latinoamericana. Sus mensajes son verdaderos llamados de atención sobre la actitud de individuos malvados y cobardes que trabajan en las sombras, como las dictaduras, tomando como base el miedo.
