Viernes 11 de junio de 1999

 








 

 


MENSAJE
Ciento cincuenta casos

Hermano. Pablo
Costa Mesa, California

El abogado terminó de preparar los papeles. Todo estaba listo para ser presentado al tribunal. Era el caso 150, y esto representaba para él la cantidad de asuntos jurídicos similares que había defendido con éxito. Pero el abogado no estaba contento. Todos esos casos, subtitulados "Abuso sexual de menores", lo habían hecho rico. Pero le habían robado la fe.

Los casos tenían que ver con clérigos que habían abusado sexualmente de niños y niñas de poca edad. Para Jeffrey Anderson, el abogado, esto lo llevó a perder toda confianza. He aquí sus palabras: "He ganado mucho dinero con todos estos casos, pero he perdido la fe. No creo ya ni en la religión ni en los religiosos".

Que un solo abogado tenga en sus archivos ciento cincuenta casos de abuso sexual de menores, por parte de clérigos, es de veras causa de alarma. Si en un solo tribunal hay tantos, ¿cuántos no serán los casos de abuso sexual por parte de religiosos en todo el mundo?

Y si este delito, que causa tan tremendos traumas psicológicos en las pequeñas víctimas, es práctica aun de religiosos, ¿a qué cifra ascenderá el número de todos los menores, en todas partes del mundo y en todas las categorías sociales, que han sufrido el mismo daño? El abuso sexual de niños es un mal que está en los hogares, en las escuelas, en las calles, y en todo lugar donde se juntan adultos y niños. Es un desastre general, y de aguda gravedad en estos últimos tiempos.

Desgraciadamente no todo caso de abuso sexual de niños sale a la luz, pero si sólo fuera un caso singular, sería suficiente para servir de vergüenza a toda la raza humana. Recientemente, un noticiero publicó el abuso de niños por un hombre eminente en los Estados Unidos. Este había abusado de sus tres hijas desde que tenían apenas seis años de edad. Ahora a los cuarenta, casadas y con sus propios hijos, ellas estaban lanzando su acusación.

Dignidad humana, sentido de familia, valores morales y temor de Dios es lo que se necesita para producir el cambio radical que nuestra sociedad perversa necesita, solución que sólo Jesucristo puede dar.

A Dios gracias, millones de personas que conocieron las profundidades del mal han salido de ellas al tomar la mano salvadora de Jesucristo. Todo el que haya incurrido en ese terrible pecado debe buscar primero en Cristo el perdón de su pecado. Luego debe tener la dignidad de pedirle perdón a todo el que haya ofendido. Sólo esto le devolverá la paz. Cristo perdona y transforma el corazón arrepentido.

 

 

 

 

FARANDULA
Mana en concierto

 

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