Dice La Rochefoucauld, "...Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos..."
Este tipo de odio - que invariablemente va acompañado de rencor- es la carta de presentación del individuo -hombre o mujer- que padece algún grado de complejo de inferioridad, y la manera más conveniente (según ellos) para sentirse "liberados" de esa angustiosa condición psicosocial es proyectar (sin sentir realmente) odio y
o rencor hacia la persona o grupo que para ellos son la causa de ese sentimiento negativo.
El odio y el rencor, como males sociales, son también grandes muros que impiden la presencia de la tolerancia, y por esta razón se nota que en la calle la gente exhibe ese elevado grado de descortesía y agresividad. Pero dentro de ese campo del odio y el rencor, existe una región que es todavía mucho más peligrosa y perjudicial... Hablamos de ese particular odio y rencor que mucha gente siente, ya hacia un familiar, hacia un compañero de trabajo, o tal vez hacia un vecino.
Con este artículo no se pretende ser un orientador social o consejero familiar, pero la sociedad está tan saturada de intolerancia, que vale la pena estas reflexiones, ya que, aunque se sabe que el odio y el rencor son pecados, no le paran bola; sin embargo, cuando ese odio "toca fondo" es entonces cuando el individuo se sitúa en el umbral de lo trágico (asesina, se suicida, etc.), porque el (la) afectado(a) "interniza" ese cúmulo de emociones negativas reprimidas, algún día, cual volcán, hace erupción, �explota! Consecuentemente, dejemos el odio y el rencor y seamos más tolerantes; abramos en nuestro corazón un espacio para un constante diálogo, franco y mesurado pero sobre todo, pidamos a Dios, con fe, que ilumine nuestras mentes y nos libere de esos sentimientos tan destructivos. Los quiero mucho... �ámense ustedes también los unos a los otros!
�Au Revoir!