El cuerpo humano es una máquina con una sorprendente capacidad de recuperación y resistencia. Pero todo tiene un límite, y cuando vivimos décadas de abuso a nuestro cuerpo, tarde o temprano comenzarán a salirnos los achaques.
Hay personas de 30 años y más que fuman desde que tenían 14. Y se les nota: su voz es ronca, tosen frecuentemente y no puede trotar 25 metros sin quedar con la lengua en el piso. Encima de eso, también son bebedores (por lo general desde la misa edad), se trasnochan y comen desordenadamente.
Como viven para la juerga, se concentran en tomar todas las medidas necesarias para no perderse un solo segundo de parranda. El guacho de nicotina, alcohol y comida grasosa que tienen en el cuerpo lo mezclan con bebidas energizantes, con el fin de mantenerse despiertos en sus interminables noches de fiesta. Y el proceso lo repiten noche tras noche.
Hay gente más fuerte que otros, pero invariablemente, tarde o temprano, este estilo de vida nos pasa la factura.
La hipertensión, la diabetes, la cirrosis hepática, el cáncer de pulmón y muchas otras dolencias son fijos para cualquiera que se pase más de 15 de su vida metiéndose porquerías en el cuerpo regularmente.
No es que no podamos divertirnos. El alcohol y el cigarrillo son perfectamente legales. De lo que estamos hablando es de moderación.
Si queremos disfrutar de nuestros hijos y nietos, si queremos vivir muchos años y si queremos llegar al ocaso de nuestras vidas con nuestros cinco sentido y de pie, es indispensable que comencemos a pensar más en nuestra salud.
Si se es mesurado en la vida, no es necesario abandonar ninguno de nuestros placeres ni hábitos. Solo controlarlos y administrarlos, a fin de que no nos dominen.