Ahora que tiene algo de tiempo para consentirse, es momento de visitar lugares paradisiacos, que además de distraer la mente pueda darle placer y beneficios a la salud.
Una de esas visitas puede ser al Valle de Antón o a la falda del Volcán Barú, donde se puede dar el gusto de introducirse en aguas termales. Una experiencia incomparable.
Muchos médicos recomiendan a sus pacientes la inmersión en aguas termales para mejorar diversas enfermedades.
Nuestro cuerpo se relaja de manera tal que se vuelve un deseo incontrolable el pasar todo el día metido en esas aguas. Los factores que nos hacen sentir esto son de tres órdenes: químico, físico y biológico.
Los hechos químicos, que tienen lugar en el momento de inmersión en aguas termales, se producen a causa de las sustancias que el agua posee. A través del proceso conocido como ósmosis, éstas penetran en nuestro cuerpo haciéndose parte del torrente sanguíneo e irradiándose a la totalidad de nuestro cuerpo.
La sensación física también cumple su rol. La temperatura del agua produce una dilatación de nuestros vasos sanguíneos, con lo cual nuestros tejidos se oxigenan y se liberan sustancias que producen un efecto antiinflamatorio y relajante.
En último lugar, en el agua coexisten macro y microorganismos de flora y fauna acuática que se denominan biogleas (lo que por error se llama moho). Algunos de estos elementos, denominados sulfobacterias, actúan regenerando nuestra piel.
El deterioro cutáneo es compensado con estos elementos que conviven en el agua a través de sus propiedades reconstitutivas.
Es deducible de aquí, que la inmersión en aguas termales es una receta ideal (si no la mejor) para combatir el estrés y otro tipo de enfermedades (hasta fisiológicas).