Cuánto he pensado acerca de las avenidas de la ciudad de Panamá, presentando patentes dificultades, propias sin lugar a dudas de una oscura y decadente población de la época colonial. Muchas veces las virtuales preguntas son más poderosas que las menguadas respuestas. Como me preocupan tanto los problemas comunales sin ser político; en el pasado, escribí múltiples artículos referentes a estas arterias de comunicaciones que por lo visto no son más que atestados vasos comunicantes atiborrados de energías en tentativa peligrosidad. Con los pobres resultados obtenidos, sostenidos en las promesas infecundas, mantienen a la sociedad en vilo, esperando con desesperación lo que nunca llega. Echarle la culpa a los demás no son disculpas, la responsabilidad no tiene sustituto.
Aquella vez recomendaba de forma muy atinada que a las avenidas que sirven de enlace entre el centro de la ciudad con la periferia era de urgencia notoria la suma de dos carriles, uno de entrada, otro de salida para uso exclusivo de los autobuses.
Nadie les hizo caso a las valiosas recomendaciones, fruto de la percepción intuitiva, incluidos los propios transportistas; así lográbamos hacer más expedito nuestro deseo encontrando la fórmula operativa de tornar funcional la fluidez automovilística hacia los centros de trabajo y de vuelta a los hogares respectivamente.. En las calles adyacentes de las principales, los huecos destructores de vehículos, troneras silentes. Las vías de comunicación y los medios de transportes deben correr parejo con la densidad de la población. Preocupa ver la gente cómo se intriga frente a los tranques que a veces se cuantifican en horas perdidas.
