Jueves 2 de julio de 1998

 








 

 

MENSAJE
Doctor sin licencia

Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

L
a enfermera le quitó los guantes y la mascarilla al cirujano. Eran con esta más de 300 operaciones que habían ejecutado, y otra vez había sido un éxito. El doctor Jean Claude Dejoulle, de París, Francia, se sentó satisfecho, aunque exhausto, y limpió el sudor de su frente.

Estaba descansando cuando escuchó un toque a la puerta. Era la policía. Dos detectives, sin decir palabra alguna, le pusieron esposas y lo condujeron a la comisaría. ¿Cuál era el problema? El doctor no era médico. Nunca había estudiado medicina y carecía de todo título.

Aquí tenemos un caso de ciencia sin conciencia. Este hombre de 46 años de edad dirigió una clínica médica en París durante más de quince años. Aprendió algo de medicina en la escuela. Después, confiando en su habilidad manual, y armado de suficiente coraje, se lanzó a hacer operaciones sólo siguiendo las instrucciones en un manual de cirugía.

Cabe la pregunta: ¿Qué vale más, tener ciencia sin título, o tener títulos sin ciencia? Hay quienes pasan por las universidades sin que la universidad pase por ellos. Se sabe de médicos (gracias a Dios que son pocos) que con buenos títulos y certificados cometen errores garrafales, y mandan a la tumba al paciente que le dio más importancia a los pergaminos en la pared que a la ciencia en la cabeza.

Lo mismo pasa con otra ciencia, de mucha más envergadura que la ciencia médica. Me refiero a la ciencia de la vida.

¿Quién es el mejor maestro, el mejor consejero en esta vida tan breve que tenemos y que poseemos una sola vez? El que tiene muchos títulos, tales como de filosofía, teología, psicología, sociología, o el que conoce las honduras del fracaso, la desesperación y la frustración de la vida, y luego se levanta de ellas para llevar una vida abundante?

Sin mermarle importancia al academismo, el mejor maestro es el que, teniendo o no títulos y pergaminos de las aulas de enseñanza, experimenta el poder del mal en su vida, y luego conoce el poder regenerador de Cristo. La mejor predicación de la vida cotidiana no se aprende en las escuelas sino en la ruda experiencia de la vida misma.

Cristo es el mejor Maestro, y el pecador perdido que halla la vida en Cristo, el mejor predicador. Atendamos al mensaje de tal predicador.

 

 

 

 

CULTURA
Tin Tan tendrá su estatua en la capital mexicana.

 

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