La cara del suizo Roger Federer delató la triste expresión de un rey al que le arrebatan el trono, rebosante de impotencia, de rabia contenida y temeroso en los preámbulos a su despedida de Beijing 2008, sentenciada por el estadounidense James Blake 6-4 y 7-6, la enésima raqueta del circuito que ha perdido el respeto al helvético.
Federer cederá a Nadal su corona de número uno el próximo lunes desde el mismo lado oscuro del que no se ha movido desde que comenzó la temporada. Es el curso de su descomposición. La misma que delataba su ánimo cada vez que Blake le proponía un contratiempo.
El tenista neoyorquino, desde el séptimo puesto de la clasificación y sin éxito alguno en el 2008, ya sabe también lo que es ganar al suizo. Igual que el croata Ivo Karlovic, que el francés Gilles Simon, el checo Radek Stepanek, el británico Andy Murray o los estadounidenses Andy Roddick o Mardy Fish. Raquetas distantes de las alturas por las que hasta ahora se movía el suizo y en las que sólo se manejaba el español Rafael Nadal y, ocasionalmente, el serbio Novak Djokovic.