Un padre llevó a su hijo a dar un paseo en el auto. Al pasar por un campo sembrado de melones, el padre, viendo lo maduros que estaban, le dijo al muchacho:
�Voy a entrar a buscar dos o tres melones. Quédate tú aquí en el auto y mira para todos lados. Si ves que alguien se acerca, das un ligero pitazo.
El padre saltó por encima de la cerca y, ocultándose bajo las ramas de un árbol, se acercó a un maduro y hermoso melón. Al comenzar a cortarlo, oyó un disparo. Miró para todos lados y no vio a nadie. Así que volvió a la tarea de cortar el melón, pero esta vez no sólo oyó otra detonación sino que una bala cayó cerca de él. Miró hacia arriba y vio encaramado en el árbol a un hombre que por lo visto era el encargado de cuidar el campo de melones. Avergonzado, le pidió perdón al hombre, salió a toda prisa del campo, montó en el auto y se alejó rápidamente del lugar. Ya de camino, el padre le preguntó a su hijo en tono de regaño:
��Acaso no te dije que miraras para todos lados?
�Sí �respondió el muchacho�, �pero no me dijiste que mirara hacia arriba!
�Qué triste ejemplo de un padre para su hijo! La mayoría de los padres jamás harían tal cosa, y sin embargo, tal vez por considerarlo inofensivo, muchos les enseñan a sus hijos a mentir y a engañar mediante el ejemplo que les dan. �Acaso no es eso lo que sucede cuando les mandan a sus hijos que le digan al que acaba de llamar por teléfono, o de llegar a la casa, que ellos no se encuentran, siendo que no han salido? Lo irónico del caso es que, al igual que aquel padre, cuando están procediendo mal no les preocupa lo que piensan sus hijos, de quienes son responsables ante Dios, sino sólo lo que piensan aquellos que no están a su cuidado. A la hora de la verdad, sólo les importa que no los vean los demás.
Aunque no estemos robando melones ni dando mal ejemplo a nuestros hijos, todos pecamos contra Dios y contra el prójimo de otras formas. Más vale entonces que miremos hacia arriba, pero no para ver si alguien nos está mirando, sino para ver, con el corazón quebrantado y arrepentido, que Dios nos mira con deseos de perdonarnos. Porque si bien el pecar es humano, el perdonar es divino.