ABRACADABRA
"Remembranzas"
"Entonces había más tiempo para
hacer visitas y se practicaba el arte de la conversación"
Carlos Guevara Mann
Hoy quiero compartir con los
lectores algunas remembranzas de tiempos más tranquilos y menos contaminados,
en que los panameños vivíamos en mayor armonía social,
sin tanto apuro, corrupción y materialismo.
Antes, sin embargo, felicito a los moradores de Arraiján, La Chorrera
y Capira, que hoy celebran un aniversario más de la fundación
de sus distritos, que se crearon en 1855.
De tiempos pasados tengo buenas remembranzas.
Recuerdo cuando la carretera de Tocumen atravesaba una selva. Hoy, todo
eso está urbanizado.
Del viejo aeropuerto recuerdo que no se entraba a los aviones por los
túneles de ahora: entonces se caminaba por la pista y se subía
por escaleras a la aeronave.
Desde las escaleras se saludaba a los familiares que esperaban en la
terraza del terminal hasta que despegara el avión.
Era un sistema un poco menos eficiente, pero más humano.
Recuerdo las pintorescas "chivas", que ya han desaparecido
del transporte público.
Se viajaba en ellas con comodidad, en un ambiente de camaradería.
En su reemplazo tenemos ahora los salvajes "diablos rojos",
que tan mal servicio prestan y son responsables por tantos atropellos y
tragedias.
Recuerdo los finos almacenes de la Avenida de los Mártires, antes
"4 de julio".
Se encontraba en ellos multitud de artículos exóticos y
olores diferentes, muy en particular en las tiendas de los indostánicos.
Recuerdo la Aduana de Arraiján, con su inmenso muro de piedra,
desde cuyas alturas "dizque" hacían los policías
su trabajo de vigilancia.
Entonces se veía a los policías sin aprensión, lo
que cambió cuando el régimen castrense institucionalizó
su militarismo corrupto.
Recuerdo la carretera vieja, que pasaba por el centro de La Chorrera
(entonces no más que un pueblo grande), y las ventas de frutas y
otros comestibles a lado y lado de la vía.
Todavía quedan algunas de estas ventas, pero el progreso ha hecho
que muchas desaparezcan.
Recuerdo las iguanas, y los huevos de éstas, que abundaban, y
cuyo comercio todavía era lícito porque no se trataba de "especies
en extinción".
Era ese un verdadero manjar.
Recuerdo a los afiladores de cuchillos, que andaban en bicicleta por
las calles y tocaban una armónica para anunciar su servicio.
Recuerdo el fresco: es verdad lo que decía mi abuela, que antes
hacía mucho más fresco y no había tantas ratas ni cucarachas.
Recuerdo la televisión en blanco y negro, cuando había
que hacer un poco más de esfuerzo mental para figurarse el color
de las imágenes de la pantalla.
Recuerdo el imponente edificio del Hotel Panamá: tenía
enfrente un magnífico bosque de astroemias, que florecían
pasada la cuaresma, y a un costado, en la esquina de la Vía España
y Avenida Manuel Espinosa Batista, una pintoresca fuente iluminada.
Ese agradable sitio lo arruinaron con adiciones y reformas absurdas,
que acabaron con los árboles, la fuente, y el encanto del hotel.
Recuerdo las casas de quincha y techos de tejas, que ya casi no quedan
y los jorones donde se almacenaban el arroz, los frijoles y las verduras
para que las alimañas no las picaran.
La tradicional construcción interiorana ha sido reemplazada por
poco atractivas casas de bloques y techos de zinc.
Recuerdo el histórico templo adventista que había diagonal
al Ministerio de Gobierno y Justicia, al lado del viejo Club Unión,
templo que demolieron en tiempos de Aristides Royo para construir la playa
de estacionamientos del Teatro Nacional.
Recuerdo las visitas a familiares y amistades, a que nos llevaban mis
padres y abuelos.
Entonces había más tiempo para hacer visitas y se practicaba
el arte de la conversación.
Ahora, en los sitios de diversión pública, hay televisores
prendidos constantemente o música tan alta que la conversación
es imposible.
Y con el ajetreo de los tiempos modernos, todos estamos tan ocupados,
que conversar se ha vuelto un lujo o extravagancia.
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