En vida fue conocido con el título de "Su Graciosa Majestad Lord Grimsby de Katmandú". Cuando murió, le hicieron un funeral digno de la reina Victoria: Embalsamaron su cuerpo y lo colocaron en un ataúd de cristal forrado en seda; sobre cuatro pilares de marfil antiguo, pusieron el ataúd; en la cabeza le colocaron una corona, símbolo de su reino; y sobre el pecho le pusieron un diamante que valía diecinueve mil dólares. Así, durante tres semanas, el "Lord Grimsby" estuvo expuesto a la vista de los dolientes.
Por fin condujeron a "Su Graciosa Majestad de Katmandú" a su última morada, una sepultura sobre la cual depositaron nada menos que mil claveles fragantes. El largo y corvo pico de "Lord Grimsby", y sus hermosas plumas azules y amarillas, entraron lentamente al silencio, dejando a su dueño, David Bates, anticuario de Londres, sumido en la tristeza y en la melancolía. �El "Lord Grimsby" era un hermoso y venerable loro!
He aquí otro ejemplo de las injusticias crueles de la civilización moderna. Mientras en esta historia un loro que muere recibe un homenaje de miles de dólares, en otros lugares de la tierra, e incluso en el mismo Londres, seres humanos, creados por Dios a semejanza suya, viven en la miseria, el hambre, la enfermedad y el abandono. Y cuando mueren, en lugar de mil claveles para perfumar su tumba, se reúnen junto a su cadáver las hormigas, los cuervos y los perros famélicos. El propósito de Dios para la humanidad nunca ha sido ése. �l no hizo a los seres humanos para que unos vivan en la opulencia, el lujo, y el despilfarro, gastando fortunas en caballos, perros, gatos y loros, mientras que sus semejantes mueren en la indigencia. Desgraciadamente, la injusticia de la tierra nace de la injusticia del corazón humano. Muchos se preguntan si habrá alguna solución a tan vasta desigualdad y si el hombre podrá ser capaz de sentir compasión por aquellos menos afortunados que él. La respuesta clara y categórica es que sí puede. La persona que con humildad y contrición hace de Jesucristo su Señor y su Dueño, sentirá amor, compasión y responsabilidad por los que sufren más necesidad. Cristo da la paz y la satisfacción absolutas, las cuales disipan la avaricia. Para obtener esa paz y satisfacción, sólo hace falta entregarle nuestra vida.