De todos los géneros musicales folclóricos, la décima es quizá uno de los más populares. Al igual que el acordeón, esta composición poética cantada dejó atrás el universo rural de donde nació y se trasladó a la ciudad finalizando la década del 50. De la primera generación de cantadores de décima quedan pocos sobrevivientes.
Entre los principales exponentes del canto y la saloma se destacaron Agustín "Sombrero Pintado" Rodríguez, Téodulo Batista, Min Acevedo, Min Domínguez, Bernardo Cigarruista, José Mendieta, Agustín Jaramillo, Luis Del Monte, Pille Collado, Severino Medina, Bolívar Barrios y Alfonso Martínez Rivera.
Fue esta primera generación de cantadores y compositores la que, en busca de nuevos escenarios, llevó la décima a la capital para exponerla en centros bailables y jardines típicos, rompiendo el rechazo que hasta entonces despertaba en la gente de la urbe.
Entusiasmada con la búsqueda de una nueva clientela, esta tendencia respondía al mismo tiempo a los cambios sociales que se perfilaban en el país. Antes de abandonar el claustro campesino, la décima se entonaba en las juntas de embarre, peonadas, velorios, piladeras, matrimonios (casorios), alegrando cualquier celebración o jornada de trabajo colectivo del hombre de campo.
Pero, esa apertura de un fenómeno artístico tan arraigado en el ser panameño, también trajo consigo una desvalorización de la décima. La nueva generación de cantadores poco o casi nada sabe que existió una clasificación de los temas, de modo que habían décimas de argumento, de chacotería (humorismo) y a lo divino (religiosa).
Con su arribo a las pantallas de la televisión, esta forma de expresión lírica del campesino panameño trasciende todos los rincones de la geografía nacional y se enfrenta, inevitablemente, a un proceso de comercialización y deformación evidente.
