La imprudencia puede ser costosa. De hecho, casi siempre lo es.
Ciertas unidades siempre están ofendiendo a los demás o metiendo la pate con comentarios apresurados y juicios a priori, con la excusa de que siempre dicen lo que piensan.
De igual forma, su desesperación y sofoco los hace tomar decisiones y llevar a cabo acciones de las cuales terminan lamentándose hacia sus adentros, pero muy rara vez reconocen que hicieron la trastada.
En otras ocasiones, se dejan llevar por el momento. Si se sienten enojados por algo, la emprenden contra todo lo que tienen alrededor, como si todos los que tuviese enfrente tuvieran la culpa de sus calamidades y fracasos. Son incapaces de mantener relaciones consistentes, ya que carecen de autocontrol para manejarse con tacto y prudencia.
Así se la pasan en la vida; de tumbo en tumbo, levantándose de un tropezón para luego volver a caer por alguna de sus atorrancias.
No se puede juzgar a otro a primera vista, ni decir que tal o cual cosa es así sólo por la primera experiencia. Tal forma de pensar sólo nos lleva a vivir con un concepto equivocado e incompleto sobre el mundo que nos rodea, y por ende, quedar como ignorantes y atolondrados ante los demás. Adicionalmente, nos resta amigos y nos pelea con nuestros familiares.
Tampoco podemos dejar que nuestros sentimientos nos manejen como muñecos. Aún si hay algo que nos tenga de mal humor o tristes, no debemos canalizar nuestras malas vibras a nuestros seres queridos; mucho menos cuando estos se acercan a nosotros para ofrecernos su ayuda desinteresada.
Para controlar nuestras vidas, primero tenemos que controlar nuestros impulsos y nuestra boca. Todo forma parte de nuestro proceso de maduración como seres humanos.
