Es una historia que solo se vive en las áreas alejadas del país, sin embargo, muchos ignoran que por la búsqueda de un mejor futuro menores arriesgan sus vidas diariamente para recibir educación. Eso sucede a pocos kilómetros de la urbe capitalina.
Las comunidades Ellapuru Emberá y San Antonio son poblaciones ubicadas a orillas del Río Chagres, pero cinco días a las semanas, por nueves meses continuos, una decena de menores de edad que cursan primaria y secundaria arriesgan sus vidas cruzando sin temor sus peligrosas aguas.
Las mismas son habitadas por enormes caimanes que solamente asoman sus cabezas como muestra de su poderío en las verdosas y profundas aguas. Los protagonistas de esta historia se levantan de lunes a viernes a eso de las 4:00 de la madrugada, mientras miles de estudiantes en otras laderas se encuentran atrapados por el dios Morfeo.
Cada familia prepara el desayuno con el principal alimento: plátano cuadrado, mientras el niño se baña y se alista para enrumbar su andar hacia la escuela. Al llegar a las orillas del río abordan el cayuco; los fuertes brazos del que dirige la rústica embarcación reman para llegar al otro lado de las aguas. Los remadores se turnan: un día puede ser el padre, el otro, la madre, o el tío.
Una linterna en sus manos se mezcla con el cantar de las ranas y el chillido de pequeños caimanes ocultos en medio de las algas flotante que invade la enorme cuenca hidrográfica. Son los compañeros obligados de los niños mientras realizan su forzada travesía de 20 minutos.
Todos los menores de ambos poblados estudian en las aulas de la Escuela Primaria El Paraíso. Antes de llegar a recibir las clases caminan 25 minutos hasta la vía que comunica a la comunidad de Gamboa, tras zarpar en un puerto, propiedad de un hotel cinco estrellas. Luego abordan un bus de COOPSACA, que pasa aproximadamente a las 5:45 de la madrugada y los lleva al plantel.
Mientras esté la luna clara es mejor, según una de las madres, pero si llueve, no parten.
TESTIMONIOS
Bryan Uainocla, de 12 años, cursa el Tercer Grado. Dijo que cuando cruza el río en la madrugada le da mucho miedo.
Con un poco de temor reveló que los maestros los regañan cuando llegan tarde, sin conocer lo que diariamente ellos sufren. Muchos de ellos llevan sus 'lonches', otros no. Al culminar la jornada de estudios, la historia se repite, pero esta vez, del lado contrario para retornar a sus casas.
El pre-adolescente señaló que cuando llueve, el regreso tarda horas. Tras su salida de la escuela al mediodía, el trayecto a su humilde morada dura hasta las 3:00 de la tarde.
Madeline tiene 15 años. Cursa el IX Grado en el Instituto Comercial Panamá, en Betania. Su deseo es estudiar veterinaria. Actualmente está feliz porque va recibir su beca universal. Sufre la misma historia que su vecino: teme cruzar dicha cuenca.
"Los profesores no creen que vivimos acá", enfatizó.
El peligro se acrecenta porque las algas crecen y cubren el tramo que utilizan diariamente para sacar a los muchachos, hijos, confirmó el subdirigente de la comunidad, Luis Carlos Cabezón, padre de Madeline.
La dirigente de la comunidad indígena, Elvia Cabrera, manifestó que la necesidad que más urge es la construcción de una escuela para que los niños no arriesguen sus vidas por el río, "si no se puede con eso, hay que obtener un medio de transporte digno para trasladarlos a las afuera del poblado".
