Los panameños, cansados del alto costo de la vida, de la inseguridad ciudadana, de los tranques descomunales, muchas veces tienen que enfrentar a los llamados "siete machos comunitarios".
Estos siete machos, que abundan en las barriadas y comunidades, casi siempre se jactan de que tienen padrinos y madrinas. Nadie los soporta y cada día son más rechazados. Son especies en proceso de extinción.
Y cuando laboran en el gobierno y tienen parientes en uno de los tres órganos del estado, la cosa es peor todavía. Eso lo tienen a flor de labios todos los días de Dios. Es como aquellos que rezan a diario, van a misa los domingos y maldicen a sus vecinos y hacen de jardineros a media noche.
"Nadie me puede hacer nada, yo tengo respaldo aquí y allá. " Y si a esto se suma una serie de gestos vulgares, estos siete machos se convierten en una pesadilla alborotada, dando la impresión de que tienen desvíos mentales que necesitan atención psiquiátrica.
Estos típicos personajes le hacen daño a sus familias, a la comunidad donde viven y a la entidad o empresa donde laboran. No son tan peligrosos como los pistoleros que azotan la sociedad panameña, pero constituyen un problema comunal. Y lo más triste es que sus familiares ríen desenfrenadamente con cada barbarie de estos siete machos. Son parte del mismo círculo (o más bien circo) vicioso.
Estos siete machos acostumbran violar el derecho a la propiedad ajena, sonar pitos y troneras, estacionarse a media calle, y salir en algunas ocasiones en paños menores a regar matas y a pasear sus canes. Es una pesadilla vivir junto a este tipo de gente.
Y si alguien llama a las autoridades, estas llegan tarde, o responden que vayan a una Corregiduría en la cual lo más probable es que se formará una periquera y darán una fianza de 500 palos al que primero viola el territorio ajeno.