Domingo 10 de noviembre de 2002

 

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  OPINION

EDITORIAL
Valor de los santeños

El motín santeño de 1821 no fue casualidad ni coyuntural. El espíritu rebelde de esta gente que se asentó en las márgenes del río La Villa, huyendo de la opresión de los jerarcas natariegos, data de siempre. Contra la voluntad de quienes mandaban entonces, levantaron sus casas y el templo de San Atanasio. Desoyeron órdenes imperiales. Siguieron sus instintos de supervivencia y unión comunal. Si no fuera porque está registrado en los fastos que todo lo guardan, y que apenas hablan de 500 años de vida criolla, se diría que la actitud combativa del santeño es inmemorial.

Rufina Alfaro, es el nombre que viene a la mente de cuanto joven o anciano que recuerda el mérito de un día como hoy, hace ciento ochenta y un años. Lo curioso es que muy poco se sabe de ella, por lo que su vida y heroicidad está rodeada más por la neblina de la leyenda, que iluminada por la luz de la historia real. Esto significaría que podría ser mentira mucho de lo contado sobre este episodio que cuenta la vida de una hermosa mujer villana, quien atendía en sus apetitos a los guardias españoles, y quien los mareó con sus encantos, mientras el pueblo se aseguraba la libertad.

Quimera o realidad, lo cierto es que se ha convertido en un símbolo, y tanto el pueblo santeño como el país en pleno, le rinde culto a la memoria de esta mujer de sueños, que nos invitó con su grito a ser libres.

Un nombre que sí está documentado es el del coronel Segundo Villarreal, cuya figura -contrario de lo que ocurre con Rufina-, se mantiene en un silencio muy parecido al anonimato. Sin embargo, su nombre famoso y respetado en todo el territorio que hoy es Azuero, fue el imán que atrajo hacia el movimiento cesionista a los pobladores de Pocrí, Aguadulce, Macaracas, Parita, Las Minas y Pedasí, por nombrar sólo algunos de los lugares donde este hombre rector y devoto gozaba de simpatías.

Su nombre sí aparece en todo registro histórico de aquel momento decisivo para el país. Se le reconoció por sus habilidades como militar y administrador, por lo que se le nombró Comandante de Armas al frente de las tropas que los españoles dejaron al garete cuando se dio la independencia.

Pero así somos los panameños, tan controversiales y paradójicos. Exaltamos el nombre de una persona que tal vez sea producto de la fábula propia de nuestros campos (o tal vez no, y se aceptaría porque qué bueno que así fuera), e ignoramos a valientes como Villarreal, Vásques, Garrido y Mendieta, quienes dieron al frente de su pueblo, el primer paso de ese largo camino hacia la libertad, que en Panamá todavía no termina.

PUNTO CRITICO

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