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Sin embargo, no hago las paces en Navidad

Redacción | Crítica en Línea

Los viejos rencores llenan el alma de amargura. Y si se trata de rencores entre familiares, la amargura se multiplica y se difunde para tíos, primos, padres, hijos y todos los que compartan vínculos sanguíneos. A nadie le gusta que dos de los suyos se encuentren enemistados. Y menos por pendejadas que muy bien podrían resolverse de una sentada, con una conversación honesta amenizada con un par de cervezas.

A veces no puedo creer los motivos por el cual muchos hermanos y hermanas se pelean. �Una herencia? �Un pedazo de tierra o la participación en un negocio? �La lucha por una pareja? Esas son estupideces, si lo comparamos con el invaluable nexo de la sangre.

Hablamos de personas que cuando niños jugaban con los mismos juguetes, iban juntos a los cumpleaños y comían en la misma mesa. Hoy en día se pelean a muerte por una herencia de sus padres. "Que si a mí me toca más que a ti", e idioteces por el estilo.

Incluso hay enemistades familiares que vienen desde la niñez. Cosas hechas en edad escolar que por A ó B razón, siguen siendo motivo de división décadas después.

Parece increíble, pero sucede. Y sucede más frecuentemente de lo que uno cree. El problema es la soberbia. Nadie quiere ceder, aunque para sus adentros ya haya reconocido que estaba equivocado.

Pero quién tiene la razón o no es lo de menos, cuando se trata de familia.

Si hay un momento para dejar esas tonterías atrás y renovar la hermandad y la amistad, es hoy, víspera de Navidad. Este es el momento en que las familias se reúnen bajo un mismo techo para compartir, intercambiar regalos, reencontrarse, comer una buena cena navideña y arreglar cualquier malentendido que haya surgido entre alguno de sus miembros.

Los patriarcas, matriarcas y miembros más experimentados de la familia que estén en conocimiento de cualquier rencor entre sus descendientes, deben tomar la iniciativa en momentos valiosos como la Nochebuena, en caso de que los propios protagonistas se nieguen a reconciliarse, o peor aún, no quieran asistir a la reunión familiar.

Pedir perdón y perdonar de forma sincera son las dos cosas más difíciles de hacer en la vida. Pero una vez hemos dicho esas palabras con el corazón, �cómo nos libera! Es como si el peso del mundo se los zafara de las espaldas.

Eso es lo que tenemos que hacer con nuestros rencores esta noche: zafarlos.




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