Durante la época de Navidad, nuestro pensamiento se mueve en dos direcciones: el pasado, para recordar los buenos momentos vividos junto a los seres queridos y amistades y el futuro, con el ferviente deseo de que las cosas vayan mejor.
Panamá es un país de ensueño donde, a pesar de algunos eventos un tanto negativos, siempre se alienta la esperanza y por ello, nuestra mente y corazón se encuentran abiertos a los cambios positivos.
Sin embargo, no podemos esconder ni ignorar la ola de violencia que azota el país, algo inédito en nuestra historia que se deberá combatir más con desarrollo social y opciones laborales y educativas que con la represión.
El país ha pasado por una etapa difícil de la que han quedado algunas secuelas importantes como lo son el "juegavivo" y la conducta irregular, que se han convertido en las formas más accesibles para conseguir dinero fácil, al amparo de la impunidad que ahora parece ser una nueva norma legal.
Vivimos momentos difíciles, es cierto; pero también tenemos la posibilidad de redescubrir los valores, así como saludables prácticas que permitan una vida institucional sin los patrones actuales.
Cosas buenas se han dado durante este período, como por ejemplo, el aumento del salario mínimo, el mayor de los últimos cincuenta años, así como también el proyecto de mejoramiento de Curundú.
Lo anterior debe agregarse a la eliminación de los viejos caserones y las barracas en las ciudades de Panamá y Colón que constituyen una verg�enza dejada como legado por gobiernos anteriores que por cada dólar invertido en la pobreza, tan solo llegaban a su destino 25 centésimos, porque el resto quedaba empantanado en los sistemas burocráticos o en los bolsillos de los políticos.
En esta Navidad, rogaremos a Dios por mejores días sin tanta violencia. En ese sentido, la actuación de la Policía Nacional nos da un alivio, pero se deberá entender que tenemos la obligación de crear un país de oportunidades para que todos podamos vivir en una nación de ensueño.