Es increíblemente maravilloso ver cómo Dios utilizó a una joven campesina, sencilla y humilde llamada María para que la salvación entrara a este mundo, para que el Verbo se hiciera carne. Dios, por medio de ella, logró hacer historia concreta, personal en Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, nació del seno virginal de María. A partir del momento en que ella lanzó la frase, "Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra", el Verbo se hizo carne en ella y Cristo Jesús, el Señor, comenzó a desarrollarse, a gestarse en el seno virginal de María.
Después de la amenaza de Herodes, que mandó a matar a los niños de Belén, María huyó con José y el Niño Jesús a Egipto. Seguramente, María Santísima tendría que haber trabajado en los oficios más humildes que usted se puede imaginar, porque judíos en Egipto eran personas totalmente marginadas, de segunda categoría y despreciados por los egipcios. Aún siendo madre de Dios, no protestó ni exigió nada a Dios. María obedeció y se acomodó a su situación de emigrante en Egipto.
Cuando José, María y el Niño Jesús regresaron a Nazaret, José trabajaba como carpintero y María y el Niño Jesús ayudaban en el taller. Pero, cuando regresaban a Jerusalén, al volver en la caravana, María encontró que Jesús había desaparecido.
A los doce años de Jesús, María entendió lo que toda madre debe comprender. Hay dos partos en la madre: un parto físico y otro psicológico. Muchas veces es más doloroso el parto psicológico que el físico. �Cuál es el parto psicológico? Pues, en el caso de María, ella comprendió y aceptó que su hijo no era simplemente un niñito que iba a estar siempre bajo su amparo.
Ella entendió que él comenzaba a tener cierta autonomía e independencia y que esto iba a aumentar a medida que alcanzara más edad. María entendió que su hijo era Hijo de Dios y que no era simplemente para ella, sino para la vida y para la humanidad, y toda madre debe comprender eso.