Es una máquina estupenda, orgullo de la tecnologí�a moderna. Recibe órdenes dadas por la voz humana, conoce nada menos que 550 palabras y es capaz de realizar el 90 por ciento de las tareas que se le mandan hacer.
Se trata de un robot diseñado para enfermos con parálisis. Este robot puede acercarles a los enfermos la cuchara a la boca, puede servirles un vaso con agua, encenderles el televisor, y hasta sentarlos y acostarlos.
Pero también puede -y aquí� está el peligro- ser instrumento para el suicidio del enfermo. Basta con que el enfermo le ordene al robot desconectar el tubo de oxí�geno u otros cables esenciales para que el enfermo muera a causa de una orden que él mismo da.
La ciencia progresa cada vez más. Hay en la actualidad aparatos cientí�ficos que nos dejan pasmados con lo que pueden hacer. Pero el alma humana no está progresando a la par.
Todaví�a en el alma del hombre hay imperfecciones: pasiones morbosas, deseos de suicidarse, amargura, mortificación y sed de venganza. Mientras las máquinas se hacen cada vez más perfectas, las almas humanas son cada vez más imperfectas.
El que un brazo mecánico, movido por un mecanismo perfecto, desconecte el tubo vital de un ser humano imperfecto, obedeciendo a la orden de ese mismo ser humano, no deja de ser una escena desalentadora.
Dios no hizo al hombre imperfecto. No lo hizo para el dolor, la enfermedad, la angustia y el mal. Lo hizo como ingenio extraordinario en lo fí�sico, lo moral y lo mental. Pero a la inversa del hombre, que fabrica robots, Dios no hizo del hombre mismo un robot.
Dios nos dio libre albedrí�o, sentido moral, fuerza de voluntad y la facultad de tomar decisiones para desarrollar nuestra personalidad. Es el pecado original "el de Adán y Eva" lo que ha introducido en la humanidad la degradación y la imperfección.
�Podemos, no obstante, remediar nuestras imperfecciones y arreglar nuestros defectos? Sí� podemos, y esa posibilidad de hacerlo llega a ser la gran aventura moral humana. Cada uno de nosotros puede volver a la perfección, pero solo por medio de Cristo. En Cristo, y con Cristo, remediamos todas nuestras miserias, recibimos perdón por todas nuestras faltas y nos sanamos de todas nuestras dolencias.