Los efectos del cambio climático que se está manifestando en el planeta, pese a su complejidad, no requieren para su comprensión e interpretación de apoyarnos en instrumentos sofisticados, pudiendo ser asimilados solamente con un sentido simple de observación al entorno de la biodiversidad que nos rodea.
Viene el comentario a raíz de que, en estos días de verano, en pleno mes de enero y comienzo de febrero, los árboles frutales, maderables y de otras variedades están en pleno proceso de floración, lo que indica que en unas semanas, si no ocurre otra novedad en el ambiente, darán frutos.
Este adelanto en la reproducción de nuestra flora dará como resultado un cambio evidente en los patrones tradicionales y en la relación existente entre vegetación y fauna.
Desde tiempos inmemoriales, la floración y maduración en los árboles frutales ocurrían en los meses de abril, mayo y junio, coincidiendo con la reproducción de los animales del bosque que de esa manera tenían garantizada la alimentación para sus crías.
En consecuencia, si no se toman las previsiones, los desajustes en los ciclos lluviosos y las sequías prolongadas causarán graves daños a la agricultura y la ganadería que abastecen de alimento a la población.
Como puede verse, la cadena biológica se enfrenta a cambios que tendrán consecuencias insospechadas en los seres vivos que, por su vulnerabilidad, serán los primeros en sufrir los embates en caso de un cataclismo producto de los errores del hombre cegado y ensoberbecido por sus afanes de acumulación de riquezas y bienes materiales.
Ante un panorama sombrío como este, hay que volver la mirada a la madre naturaleza.