MENSAJE
Treinta años en sombras
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
Cuando tenía seis
años de edad, desapareció del pueblo. Nadie volvió
a verlo. Y el poblado no era grande. Tenía apenas doce casas y unas
cuarenta personas. Todos se conocían de nombre. Conocían los
parientes de cada uno. Conocían su vida, sus costumbres, sus risas,
sus lágrimas.
Pero pasados treinta y tres años de su desaparición, Rudolff
Sulzberger emergió de las tinieblas. Sus padres lo habían
escondido en el sótano de la casa todo ese tiempo. La única
razón era porque Rudolff padecía de un leve retrazo mental.
Johan y Aloisia Sulzberger, de Berg Attergau, Austria, lamentablemente tenían
vergüenza de la condición de su hijo.
Aunque este caso no es del todo raro, parece increíble. Que alguien,
por padecer un retrazo mental o por la razón que sea, esté
forzosamente encerrado entre cuatro paredes sin poder salir a la luz del
día, sin poder participar de las actividades que su condición
admita, sin poder verse con nadie ni ser visto de nadie, es algo que pertenece
a la edad media. Y lo trágico es que no es un caso único.
Toda persona es precisamente eso, una persona en todo sentido, especialmente
en el sentido de ser creación de Dios. Y siendo creación de
Dios, esa persona, cualquiera que sea su condición física
o mental, merece la misma dignidad, decencia, nobleza y cariño que
merece toda persona de este mundo.
Despreciar a alguien, y peor todavía, considerarlo menos que humano,
especialmente si su condición es algo de lo cual no tiene ninguna
culpa, es lo más indigno, vil e innoble que se pueda imaginar. En
cambio, es de veras admirable la atención, la dedicación y
el amor que padres, familiares y amigos dan a alguien que sufre cualquier
impedimento físico o mental.
Todo el que ha sufrido el desprecio de los demás, especialmente
el de familiares, debe saber que precisamente por ese desprecio, Dios lo
tiene más en cuenta. Jesús siempre habló de los sufridos,
de los despreciados, de los abandonados y de los solitarios, y Él
tiene un amor, un cariño y una misericordia muy especial para ellos.
Por otra parte, toda persona que no conoce personalmente al Señor
Jesús carece de dirección. Pero Cristo la espera con los brazos
abiertos. Sus palabras son clásicas: &laqno;»Vengan a mí
todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré
descanso» (Mateo 11:28). Esa invitación es para cada uno de
nosotros. El Señor nos espera con los brazos abiertos. No rechacemos
su invitación. Aceptémoslo hoy mismo.
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