Parece que en Panamá los partidos han devenido en meras maquinarias electoreras, ya que la política se ha reducido a un permanente cálculo de ganancia y pérdida de votos.
Ya no hay colectivos cuya función sea entendida como la de ser escuela de cuadros para los futuros gobernantes, donde las posiciones políticas sean fruto de profundos e intensos debates ideológicos, y no de costosas y superficiales encuestas de opinión; en donde la función de intermediación social para el logro de las transformaciones no haya sido abandonada para ser reemplazada por el clientelismo y el casicazgo.
Aún no podemos decir que el concepto de partido político haya hecho crisis en Panamá, por supuesto que hay varios en crisis, otros moribundos y algunos que no se han dado cuenta de que están muertos, pero el panameño aún afinca sus esperanzas en la renovación democrática.
Todos los panameños debemos pedir a los dirigentes políticos que eleven el debate por el bien del país. A diferencia de otras naciones, en donde las campañas y propuestas se privilegian en la discusión electoral, en Panamá los trapos sucios, los correos electrónicos desprestigiantes y la propaganda defensiva caracterizan estas jornadas.
A lo interno de los partidos, los medios dan cuenta de cierta intolerancia entre facciones; mal augurio de lo que podría suceder en los comicios de 2009.
Algunos parecen conformarse con ello de que esa es la tradición, sin percatarse de que tales prácticas evidencian un estancamiento que termina, por lo general, en la elección de las mismas figuras cuya conducta en los puestos públicos ha sido objeto de críticas.
Una situación así deja sin perspectivas la posibilidad de que cada torneo sea expresión de una nueva calidad. Faltan programas electorales, debates de altura y de hecho, partidos que hagan de la política una materia académica y de sustento de la democracia en la que decimos estar empeñados.