MENSAJE
Alas rotas y sueños frustrados
- Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
A los catorce años
de edad tenía la cabeza llena de sueños. Era bella, alegre,
talentosa, y tenía una gran disposición para el arte. Le habían
hecho pruebas ya de fotografía y actuación, y había
salido bien. Podía soñar con una carrera como artista.
Pero una noche Anita Briones salió a la calle para asistir a
una fiesta. Esa fue su última salida. Una banda de adolescentes,
capitaneada por Rubén Guerrero, de dieciocho años de edad,
sin saber ni a quién apuntaban, la mató.
El primer tiro le dio en un brazo, y luego seis más en el cuerpo.
Las expresiones tristes y confundidas de la madre fueron: "Estos jóvenes
matan por el solo gusto de matar. No tienen ni preocupación, ni conciencia,
ni corazón. Mataron a mi hija por nada."
Hay pandillas de adolescentes que salen en sus autos, armados de pistolas.
Si no encuentran una pandilla rival en la cual descargar sus armas, eligen
a la primera persona que ven y la matan, sin el menor remordimiento de conciencia.
Para algunos jóvenes de nuestro tiempo, matar a una persona
tiene menos importancia que matar un perro. Derramar sangre humana y verla
regada por el suelo les produce menos preocupación que derramar Coca
Cola en la mesa de la pizzería.
¿Cómo es posible que exista esa despreocupación
inhumana en algunos de nuestros adolescentes? ¿A qué se deben
las pandillas y la violencia homicida? Todo el mundo habla y da sus opiniones,
pero el mal continúa, y como que no hay solución.
Deseo dirigirme hoy a dos grupos. Primero, a los jóvenes que
se sienten arrastrados por este modo de vida. Querido joven, vivimos en
un mundo compuesto de acciones y consecuencia, no sólo de acciones,
sino también de consecuencias. Cada acción siempre tiene su
consecuencia, y no hay quien pueda eludir esa ley universal.
Cada acción nuestra es un ladrillo que va construyendo el edificio
que es nuestra vida. Somos hoy el conjunto de todas las semillas que en
el pasado hemos sembrado. Y mañana seremos el conjunto de todas las
semillas que estamos sembrando hoy. Esa es la ley eterna e inexorable de
la cosecha.
El otro grupo a quien deseo dirigirme es a los padres. Mis queridos
padres, si sus hijos son pequeños, en el nombre de Dios, denles el
ejemplo de rectitud y moralidad que en el mañana hará de ellos
personas dignas y honorables. Todo padre desea eso para sus hijos. Pero
esa formación comienza hoy, no mañana.
Y tanto a hijos como a padres digo: Nunca pierdan la fe en Dios. El
no es un ser muerto. El vive y siempre corresponde al clamor de sus hijos.
Por eso a cada uno le repito: No pierda su fe.
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