MENSAJE
Salvado p[or un cordero
- Hermano Pablo
El español andaba
de turista en una ciudad de Noruega. Debido a su trasfondo religioso, quiso
ver la iglesia principal de la ciudad. Mirando hacia la torre, se sorprendió
al ver en lo alto la figura de un cordero. Al preguntar el porqué
de esa escultura, le contaron la siguiente historia.
Cuando estaban construyendo la iglesia, uno de los hombres que trabajaba
en la torre se resbaló y cayó desde arriba. Sus compañeros
lo vieron caer y, horrorizados, corrieron hacia abajo, al nivel de la calle,
esperando hallarlo muerto. Pero ¡cual no fue su sorpresa y a la vez
su gozo al encontrar a su compañero con vida!
¿Qué había sucedido? Un rebaño de ovejas
pasaba por la calle en el momento en que él caía, y el golpe
fue amortiguado por la manada. Un pequeño corderito recibió
casi todo el peso del hombre, y fue aplastado en el accidente. El cordero
murió, pero el hombre se salvó. En memoria del corderito,
esculpieron su figura en el lugar exacto desde donde el trabajador había
caído.
Hay otro Cordero que fue inmolado, pero que rara vez se le ve esculpido
como tal. Se trata del Señor Jesucristo. La primera presentación
pública que se hizo de Él al mundo fue como cordero. El que
hizo la presentación fue Juan el Bautista, y la hizo con las siguientes
palabras: ¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo (Juan 1:29).
¿Porqué no dijo Juan: &laqno;Aquí tienen al Hijo
de Dios»? ¿Porqué no dijo más bien: &laqno;Aquí
tienen al Salvador del mundo», o: &laqno;Aquí tienen al Rey
de gloria»? ¿Porqué es que lo presentó como el
Cordero de Dios?
Hay una razón muy importante. Es que Jesús, al igual que
el cordero de la antigua Pascua judía, vino a realizar una muerte
sustitutiva. Vino a dar su vida para que otros vivieran. Él mismo
lo dijo en estas palabras eternas: &laqno;El Hijo del hombre no vino para
que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos»
(Mateo 20:28).
Nosotros, la raza humana, escogimos el camino del pecado, y estamos condenados
a la muerte eterna. Pero Jesús, el Cordero de Dios, recibió
sobre sí el golpe de nuestra rebelión. Ese golpe produjo su
muerte, y esa muerte fue en sustitución nuestra. Él murió
en nuestro lugar.
¿Podremos rechazar al que dio su vida por nosotros? Yo no lo he
podido hacer, sino que lo he aceptado como mi Salvador y he decidido servirle
todos los días de mi vida.
Lo invito, amigo, a que haga lo mismo. Cristo desea ser Salvador suyo
también. Su muerte merece toda nuestra devoción.
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