Los funerales de Juan Pablo II constituyen la mayor demostración de sentimientos mundial que recoge el siglo que apenas discurre. Miles de personas han pasado por El Vaticano para ver por última vez al Sumo Pontífice. Sin importar el cansancio que representa una espera de hasta 15 horas, los fieles han permanecido en largas filas para despedir a su pastor.
Para hoy cuando se proceda al sepelio, se esperan cerca de 200 delegaciones internacionales, lideradas por gobernantes de todo el mundo. Se esperan que cuatro millones de personas se concentren en los precios de El Vaticano para seguir el acto religioso.
La multitud que se concentra en Roma revela el cariño que el mundo le dispensaba al Papa. El hombre que contribuyó a la caída del comunismo, el que pidió perdón a nombre de la Iglesia y el que se opuso a las guerras, se ganó el aprecio de toso. Los capitalistas, izquierdistas y simpatizantes de otros credos políticos y religiosos, reconocen los aportes de Juan Pablo II.
Las exequias del Sumo Pontífice parecen un huracán emotivo y además ha constituido un problema de seguridad para las autoridades italianas, que ha tenido que restringir el espacio aéreo y ha recibido apoyo de la OTAN.
En la víspera del sepelio, se ha revelado el testamento de Juan Pablo II, el cual destaca que el Obispo de Roma estudió la posibilidad de renunciar en el año 2000, cuando su salud estaba ya muy afectada por el Mal de Parkinson.
Hoy lo que corresponde a todos los católicos es asistir a las iglesias para acompañar en su último momento a un hombre que cambió para bien la historia del mundo.
En esta fecha hay una cita ineludible con el Obispo de Roma.