II Domingo de Pascua
«Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre.»
Jesús vino a compartir en todo nuestra condición humana; ahora también nosotros tenemos en él la certeza de que la muerte no es la última palabra pronunciada sobre nuestro destino.
Esta certeza cambia de manera radical la orientación de nuestro corazón. En él, vivo también nosotros vivimos una vida nueva.
Así pues, es importante que todos nuestros pensamientos, todas nuestras acciones, todos nuestros encuentros, estén imbuidos de la alegría y de la novedad de la vida resucitada que Jesús ha venido a traernos.
La comunidad cristiana es el lugar en el que podemos llevar a cabo y alimentar de manera estable la experiencia de la vida nueva, repleta por fin de sentido y liberada de la angustia y del miedo.
Sin embargo, con excesiva frecuencia nos mostramos tardos e incrédulos, y nos reconocemos fácilmente en la figura de Tomás, el apóstol que quería tocar para creer.
Como él, también nosotros perseguimos, con frecuencia, certezas que sean conformes a nuestras mezquinas, medidas. Y el Señor nos deja hacer. Nos da las pruebas que queremos y espera a que, ante la evidencia, lleguemos a proclamar, con un ímpetu de fe y de amor, que él es nuestro Señor, nuestro Dios.
Tomado de Lectio Divina Tomo 4 – Editorial Verbo Divino.
Dios te Bendice por solidarizarte con la obra Pro-Fe de la Iglesia Católica, en bien de tus hermanos más necesitados