En una decisión histórica, cuando no polémica porque quiebra siglos de tradición y rompe con dogmas de los padres de la Iglesia, el Vaticano ha decidido abolir el concepto de limbo, el lugar en el que, según la tradición cristiana, quedaban en eterna espera de la comunión con Dios, los niños que mueren sin bautismo, por reflejar una "visión excesivamente restrictiva de la salvación".
El temido limbo, localizado entre el cielo y el infierno, según una tradición católica surgida en la Edad Media, va a ser enterrado definitivamente por la Iglesia esta misma semana.
El problema es que, una vez abolido ese lugar sin gloria ni tormento, �a dónde se supone que van los niños muertos sin bautizar?
Una Comisión Teológica Internacional, que reflexiona sobre este enigma en el Vaticano, está convencida de que existen "serias razones teológicas para creer que los niños no bautizados que mueren se salvarán y disfrutarán de la visión de Dios".
Decían los catecismos clásicos que el limbo de los niños o de los justos era un lugar del más allá, al que iban a parar quienes morían sin uso de razón y sin haber sido bautizados. Los bebés muertos no han cometido pecado, por lo que su sitio no es el infierno, pero cargan con la culpa del pecado original, por lo que tampoco deberían subir al cielo.