�Se oía la respiración de la noche... Al cruzar una calle, sentí que alguien... se acercaba... Antes de que pudiese defenderme, sentí la punta de un cuchillo en mi espalda y una voz dulce:
-No se mueva, señor, o se lo entierro.
-�Qué quieres?
-Sus ojos, señor -contestó la voz suave, casi apenada.
-�Mis ojos? �Para qué te servirán mis ojos? Mira, aquí tengo un poco de dinero... No vayas a matarme.
-No tenga miedo, señor. No lo mataré. Nada más voy a sacarle los ojos.
-Pero, �para qué quieres mis ojos?
-Es un capricho de mi novia. Quiere un ramito de ojos azules. Y por aquí hay pocos que los tengan.
-Mis ojos no te sirven. No son azules, sino amarillos.
-Ay, señor, no quiera engañarme. Bien sé que los tiene azules.
-No se le sacan a un cristiano los ojos así. Te daré otra cosa.
-No se haga el remilgoso -me dijo con dureza-. Dé la vuelta.
�Me volví. Era pequeño y frágil. El sombrero de palma le cubría medio rostro. Sostenía con el brazo derecho un machete de campo...
-Alúmbrese la cara.
�Encendí y me acerqué la llama al rostro... �l apartó mis párpados con mano firme... y me contempló...
-�Ya te convenciste? No los tengo azules.
�...Tirándome de la manga, me ordenó:
-Arrodíllese.
�Me hinqué. Con una mano me por los cabellos, echándome la cabeza hacia atrás. Se inclinó sobre mí, curioso y tenso, mientras el machete descendía lentamente hasta rozar mis párpados.
-Pues no son azules, señor. Dispense.
�Y desapareció.�
A este impresionante cuento, Octavio Paz le puso el inocente título �El ramo azul�. Lo que más nos impresiona de la magistral narración del Premio Nobel mexicano es la naturalidad con que actúa el apenado maleante.
Aunque para muchos sea igual de difícil concebirlo, de igual manera nos acecha Satanás, en la oscuridad de nuestros momentos más vulnerables. Más vale que abramos bien los ojos. Así no seremos víctimas del capricho de aquel maleante que nos los quiere cerrar para siempre.