Todas las ineptitudes tienen la misma analogía, todas guardan los semejantes patrones de comportamientos generalmente gobernados por las más demostrativas intransigencias. Y cuando un pequeño grupo se dedica con extremas exigencias a interpelar los impactantes acontecimientos que han incidido con tenacidad, fustigando el pasado y criticando el presente con sus bondades y achaques, muchos sumidos en la inútil pobreza de entusiasmo se internan con presumible frivolidad a acariciar el tiempo sin penas ni glorias, envueltos en un hálito de presunciones vanidosas, entregados a los actos livianos y deformes de la materia, estado harto extremo que me congela las cavilaciones interiores del cerebro.
Cuando somos vedados de entendimientos para interrogar los fundamentos que reclama el progreso por obligación, estamos sujetos a la conquista irremediable.
Por ello se dice que el cero se nos presenta desnudo, vestido de vanidad, representando el conjunto vacío: la mentira. No está prohibido mirar a traición al infortunio para socorrerle, la miseria del bolsillo pesará más que la del alma, cuando se anteponen las necesidades imperantes a los contratiempos dictados por la casualidad. Aquí se maquina con mucha rapidez y frecuencia, las alzas de precios y los sueldos tristes por la carga que ya no pueden soportar. Tendremos que vivir en chiribitiles porque lo devengado no alcanza para tener una vivienda digna, donde nos toque devorar nuestras lágrimas desconsoladas.
Si de verdad todos somos pobres, debiéramos tratarnos con mayor conmiseración. Esta tripulación incorporada al lento viaje de la vida, sólo escucha la atronadora y artera voz del zafarrancho obsesivo, entrando en estado de delirio, donde la cosecha de injusticias neurasténicas se ensalzan en grados superlativos y temerarios. Tenemos para todo y no nos alcanza para nada, cuando entramos a la complicidad del silencio, es por ello, que el tesoro de Henry Morgan fue consumido por la voracidad del mar.