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Metido dentro de una botella

Hermano Pablo | Reverendo

Raúl era un obrero que, a costa de grandes sacrificios, logró construir una modesta casita para su familia. A pesar de que ganaba poco, era siempre puntual en el pago de sus deudas. Sus niños no carecían de ropa ni de zapatos, y su esposa disfrutaba de regalitos que él le daba de cuando en cuando.

No obstante, Raúl rápidamente perdió terreno en todas las áreas. Sus jefes ya no le tenían confianza, sus compañeros de trabajo no lo respetaban, y su familia le había perdido cariño. �Qué le estaba pasando a Raúl? Se había dado a la bebida.

Durante algún tiempo, Raúl había estado dedicando la noche del sábado a la bebida. �l sabía que no andaba bien, pero cuando su conciencia le gritaba que ese no era su lugar, él trataba de acallarla con la justificación: ��Acaso no he apartado el gasto de la semana? �Es que no tengo derecho a divertirme un poco?�

Cuando regresaba de la cantina, su esposa se ponía tensa. La sonrisa de los niños se congelaba al ver el estado lastimoso en que su papá volvía al hogar. Y sin embargo, Raúl creía que todo estaba bien.

Si su esposa trataba de mencionar el asunto, Raúl le gritaba: ��De qué te quejas? �Acaso no te doy todo lo que necesitan? �Qué más quieres? Tienen razón mis amigos cuando dicen que las mujeres, entre mejor se les trata, peores son.� Así, con palabras huecas, defendía su vida perdida.

Lo que Raúl no sabía es que estaba metido dentro de una botella; que estaba perdiendo la confianza de sus jefes, el respeto de sus amigos, el afecto de su esposa y el cariño de sus hijos; que un día iba a quedar sin casa, sin trabajo, sin amigos y sin familia; que sus hijos no habrían de querer ni verlo, y que su esposa buscaría a los padres que la llevaron al altar para unirla con él.

Todo el que es como ese Raúl, que ha comenzado a resbalar o ha resbalado ya al borde de una botella, necesita reconocer, más que nada, que no tiene que seguir siendo esclavo. Puede volver sobre sus pasos y encontrar liberación. Esa es la promesa que le hace Dios. Cristo puede cambiar su vida.

Sólo hace falta que eleve, en humilde oración, esta plegaria a Dios: �Señor, te necesito. Yo no puedo cambiar. Ayúdame, por favor.� Si comienza hoy mismo a buscar a Dios, ese será el principio de su liberación.



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