La vida no es color de rosa. Todos tenemos en nuestro pasado algo que no nos enorgullece, que nos atormenta, o que nos entristece. Sin embargo, no hay desgracia en este mundo que nos pueda dañar la vida si no nos dejamos; ni tampoco error que pueda arruinar el resto de nuestra existencia. Por eso es que se dice que no se puede echar para atrás ni para tomar impulso.
Ahora, sí podemos mirar hacia atrás; siempre y cuando sea con el propósito de recordar nuestros errores para no volverlos a cometer en el futuro. Pero si el pasado se convierte en un obstáculo para tomar decisiones importantes, entonces corremos el riesgo de quedarnos estancados como personas.
La muerte de un familiar cercano puede paralizar a algunos momentáneamente. Al inicio, se pierden las ganas de seguir adelante; sentimos que no tenemos nada por quien luchar. Pero esta sensación debe ser momentánea, porque en esta vida nacimos solos, y nadie es imprescindible.
Nuestros padres nos dan las herramientas morales, los conocimientos y los elementos de juicio necesarios para ser autosuficientes. Si vamos a vivir alienados del resto del mundo solo porque una persona ya no está con nosotros (por muy cercano o querido que haya sido), entonces mejor que nos hubiésemos ido en la misma tumba.
Por otro lado, el peso de errores pasados afecta mucho a algunas personas. A veces es más difícil perdonarse uno mismo que al prójimo. En consecuencia, comenzamos a sentir que no valemos nada, y nos deprimimos.
Tenemos que comprender que no somos perfectos. Otros errores vendrán más adelante, eso ni lo duden. Pero hay que aprender de ellos y luego sacudírselos porque una vida de trauma mental por el pasado se vuelve un desperdicio.