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Peligro en el cielo

Adán Rodolfo Schultze | Economista

El populoso barrio de Calidonia vivía la tarde soleada del 29 de mayo de 2008 un día de quincena. Miles de personas compraban en la Avenida Central y en la esquina de Calle Q, sin pensar que desde el cielo vendría la muerte.

De repente, el estruendo de una aeronave que chocaba contra el Almacén Banana Price y la bola de fuego provocaban la muerte a casi una docena de personas, en su mayoría chilenos y panameños que viajaban en el vehículo accidentado.

La caída del helicóptero SAN-100 en pleno corazón de la capital istmeña demuestra que los estamentos de seguridad panameños no tienen la capacidad de reacción necesaria para enfrentar este tipo de desastre.

Si hubo problemas con el helicóptero que colisionó en un edificio de sólo dos pisos, a poca altura, no me quiero imaginar qué hubiera ocurrido si el mismo aparato se accidentara en uno de los más de 50 rascacielos que abundan en la Ciudad de Panamá.

Desde la década de los ochenta, comenzó la vertiente de construir edificios de más de 30 pisos, dejando obsoletos los carros bomba del Cuerpo de Bomberos nacional, cuyas escaleras sólo pueden acceder hasta la novena planta.

Se puede decir que el 29 de mayo pasado fue nuestro "11 de septiembre". El desarrollo económico ha permitido el progreso y el "boom" de la construcción de rascacielos de lujo, en donde se combina el placer de vivir en el cielo, con espectaculares vistas de nuestra Bahía de Panamá, junto con la oportunidad de laborar con semejante panorama envidiable.

Sin embargo, poco ha hecho el Gobierno de turno para escuchar los pedidos de los oficiales del Cuerpo de Bomberos por obtener mejores equipos de rescate en todo el país.

Cuando tenemos una ciudad atestada de edificios que ya incluso superan hoy en día los 75 pisos; cuando hay centros comerciales con pocas medidas de seguridad, sin salidas de emergencia; cuando hay calles estrechas que obstaculizan el traslado de los bomberos, de las ambulancias y de los equipos de socorro de la Cruz Roja o del SINAPROC, en realidad estamos en una crisis en ciernes.

�Qué haremos cuando Dios no quiera ocurra un terremoto de más de 7 grados de intensidad, y se afecten los rascacielos de la capital? �O si chocara un avión de pasajeros contra un edificio en Punta Paitilla, Marbella o Punta Pacífica?

Los equipos de rescate de las grandes ciudades del mundo cuentan con helicópteros tanqueros capaces de llevar agua para combatir incendios a gran altura. También algunas aeronaves pueden permitir a los rescatistas bajar en las azoteas o los balcones y salvar vidas.

Pero allí nos encontramos con otro problema grave. Muchos de los edificios de la ciudad no permiten la bajada de naves de rescate. Algunos poseen antenas parabólicas y la base de los elevadores repunta en la cima, frenando cualquiera posibilidad de descenso de cuerpos de salvamento.

No es posible tolerar que 38 vehículos del Cuerpo de Bomberos, entre ellos 14 carros bomba, estén dañados en un garaje de Plaza Amador. Señores, debemos ver con luces largas y evitar tragedias mayores como la que vivimos el pasado jueves.

El desastre en Calle Q es un aviso para despertar conciencia en las autoridades y en la ciudadanía, pues más vale prevenir a tiempo tragedias más graves que pueden pasar en el futuro.



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