Los dos dieron la gabela de jugar contra la raya de cal que marca los márgenes del terreno de juego. Los dos fueron campeones mundiales. Los dos provinieron de sitios marginales y utilizaron el fútbol para sortear la pobreza. Ambos deleitaron a las graderías repletas de aficionados con sus gambetas, con sus idas y venidas y su desparpajo para el juego en sí.
Para ellos valía más divertirse. Pero ambos también jugaron un partido aparte contra el alcohol y contra la fama.
Uno de ellos fue Garrincha, el de las piernas curvas, vistiendo la camiseta verde y amarilla de Brasil en tres mundiales, y el otro, Houseman que se ajustó la de franjas celestes y blancas de Argentina.
Garrincha revoluciona el fútbol de Brasil cuando formó parte de su primer seleccionado campeón del mundo en Suecia 1958 y se ganó un lugar en el onceno titular que jugó la final contra Suecia. Explota en el campeonato del 62 en Chile, cuando en cuartos de final le anota dos goles a Inglaterra en el triunfo de Brasil 3-1. En semifinales deja al equipo anfitrión con otro par de tantos. Ese partido lo ganó el �scracht� por 4-2. Garrincha hizo que no se notara la ausencia por lesión de Pelé.
El otro fue el Loco Houseman, llamado así por su raro humor reflejado en su forma de jugar, rompe estereotipos y en 1973 hace que Huracán, dirigido por César Luis Menotti, gane su primer y único campeonato en la historia del fútbol argentino con un derroche de goles, toques y buen juego. En 1974, lidera el equipo argentino en el mundial de Alemania. A su selección no le fue bien pero el Loco deslumbra al mundo con su habilidad y sus anotaciones contra Italia, Haití y Alemania. En 1978, fue campeón mundial y anota en la goleada ante Perú, triunfo que le permite jugar en la final cuando Argentina vence a Holanda 3x1.
Para estos dos grandes jugadores la vida fue un adversario más difícil de superar, que los defensores contrarios. Aún así, escribieron con letras de oro su nombre en la historia de los mundiales.