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Cuando fallece un niño

Hermano Pablo | Reverendo

Entre los indios chocóes, cuando fallece un niño los padres creen que su espíritu regresará. En vez de serles motivo de aliento o de consuelo, les infunde temor el regreso de esa indefensa criatura porque suponen que viene a llevarse a uno de sus hermanos. Y como si eso fuera poco, la presencia del espíritu de ese inocente ser querido implica que morirán, uno tras otro, los próximos hijos que nazcan. A esto se debe que le lleven a la tumba todos los objetos que han formado parte de su vida, tales como sus juguetes, utensilios y asientos. Además de pintarse todo el cuerpo, los trastornados padres cambian los vestidos que llevan puestos: la madre los cambia con una amiga y el padre con un pariente. Piensan que así el espíritu del pequeño no podrá reconocerlos, y por lo tanto no les hará daño. No pueden cambiar vestidos con cualquiera, porque las personas con las que cambian podrían sufrir personalmente o en su familia las consecuencias que los padres procuran evitar. Según los antropólogos Roberto Pineda Giraldo y Virginia Gutiérrez de Pineda, es por esa razón que la madre cambia su faldellín con el de una mujer que ya no concibe o es estéril, y el padre su taparrabo con el de un anciano.1

�Qué triste es sumarle a la desgracia de la pérdida de un hijo el espanto de su reaparición con malas intenciones! La vida es cruel, �pero eso es el colmo! Es particularmente infeliz cuando se reconoce que Dios nuestro Creador nos desea todo lo contrario en semejantes circunstancias. �l envió al mundo a una indefensa criatura a que naciera en un pesebre, para que posteriormente muriera como nuestro inocente ser querido, clavado en una cruenta cruz. �se que se hizo pequeño y murió por nosotros es su �nico Hijo, Jesucristo. Y los únicos hermanos que tiene somos los que por la fe aceptamos ser adoptados como hijos de su Padre, que sólo así llega a ser "el Padre nuestro que está en los cielos". Mediante su muerte ese Hijo de Dios nos salva de la muerte eterna. Viene otra vez a llevarse a sus hermanos, pero lo hace con el fin de darnos vida eterna a nosotros y a futuros hermanos que nazcan de nuevo al aceptarlo como su Salvador personal. Así queda enterrada la vieja naturaleza de nuestra vida pasada.

A Dios no lo engañamos con cualquier cambio de indumentaria. Más vale que sigamos el consejo de San Pablo: que nos quitemos el ropaje de la vieja naturaleza y nos pongamos el de la nueva.2 Así cuando Cristo regrese, nos reconocerá y nos llevará a estar con �l y con nuestros seres queridos que ya estén con �l en gloria.



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