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La soledad y los demonios

Por: Hermano Pablo | Reverendo

No fue una sola puñalada. Fueron muchas. Y no fue un solo niño. Fueron tres, de dos años, de uno y de dos meses. Y no fue un extraño. Fue la propia madre de los pequeños, Katrina McKay, de veintiún años de edad, de Carolina del Norte, quien perpetró el crimen.

Katrina era una madre cariñosa que cuidaba a sus niños con esmero. Pero la soledad, la pobreza, la desesperanza y el abandono engendran demonios así como los rincones sucios engendran parásitos.

La policía aún no se explica la acción de esta mujer. Ella vivía en la pobreza en una casa que había sido declarada inhabitable. Su marido, padre de sus hijos, había desaparecido. Sus entradas no le alcanzaban ni para la leche. De cada rincón de la miserable casa escuchaba voces como de demonios que le decían: "Mata a tus hijos para que dejen de sufrir, y luego mátate tú."

Pero esas voces no eran las de los demonios del infierno sino las voces de la pobreza, el desencanto de la vida, la ruina del matrimonio, la visión continua de los niños que sufrían. Eso trastornó a Katrina y la llevó a armarse con el cuchillo.

La miseria no es una joven blanca y bella, vestida de gasas, perfumada y graciosa, que baila delante de nosotros una danza encantadora. La miseria es una mujer vieja, desgreñada y flaca, encorvada y enferma, con manos esqueléticas y cabellos grises, que vestida de harapos se acuesta al lado de los desamparados.

Con semejante dama de compañía nadie puede ser feliz. Esa dama incita a robar un pan, o a asaltar a un transeúnte, o a romper la vidriera de una joyería.

Hay hombres que son los causantes de la pobreza de su familia, no porque carecen de trabajo o de dinero, sino porque gastan su dinero con otra mujer que les roba todo lo que tienen, o lo derrochan en el alcohol, que los deja sin capacidad de ser responsables. La pobreza no es sólo un mal personal; también es un mal social.

En Cristo encontramos el perdón. �l nos da ese sentido de responsabilidad, amor y justicia que puede aliviar el mal de la pobreza. Digamos, como el apóstol Pablo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13). Hagamos nuestra esa promesa.



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