El recurso más valioso que tenemos no es ni el dinero, ni nuestros bienes. Ni siquiera nuestra salud. Todos esos valores pueden recuperarse o restaurarse. Pero esto no puede hacerse con el tiempo.
El reloj no echa para atrás. No se detiene, ni aminora la marcha. El paso del tiempo es inexorable, e implacable. No perdona a los inoportunos, ni espera por los perezosos y lerdos.
Es por esto que las oportunidades perdidas duelen más a largo plazo que el dinero perdido, o la salud deteriorada. Por lo general, perdemos otros recursos por el mal manejo de nuestras horas, minutos y segundos.
�Acaso un montón de juguetes y regalos pueden compensar por el tiempo que un padre haya dejado de pasar con su hijo? Tener el "timing", como se le llama al descuidado arte de hacer lo correcto en el momento y lugar precisos, no tiene precio.
Es mejor decir que intentamos algo y fallamos, que vivir el resto de nuestras vidas lamentándonos de que pudimos haber hecho esto o aquello, y nunca nos atrevimos, o lo intentamos cuando ya era demasiado tarde.
Los cargos de conciencia derivados de no aprovechar las oportunidades que la vida nos pone enfrente, suelen ser insoportables para muchos de nosotros, precisamente porque el tiempo es imposible de recuperar.
Ciertamente, en estos tiempos caóticos, de familias en las que hombre y mujer trabajan hasta en dos empleos, las calles están llenas de tranques y el dinero no alcanza, cada vez es más difícil administrar el tiempo. Es por eso que hay que establecer prioridades. El aprovechamiento del tiempo implica tomar decisiones sobre qué es lo que realmente importa, y desechar el resto.
Si sientes que siempre andas apagando constantes fuegos en tu vida, seguramente es porque no haces que las cosas pasen, sino dejas que las cosas te pasen a tí. Esta es la diferencia escencial entre los que aprovechan el tiempo y los que lo malgastan.